Yo no subestimaba a Miranda, no cometería ese error. Cuando poco, la mujer sabía utilizar un rifle de largo alcance para volarme la cabeza.

Por eso, cuando corrí, corrí sin importarme dejar a todos tirados. Corrí al acordarme de la promesa que me había hecho a mí mismo para mantenerla segura. En mis planes mentales y en todos los posibles escenarios en los que había imaginado a Kira siendo atacada no entraba la señora Torres.

Mi cabeza siempre imaginó que si alguien la ataca sería su padre, su madrastra, mi tío o incluso Riven, nunca aquella mujer que de niño me horneaba galletas y se sentaba con mi madre a tomar el té de la tarde.

A veces me recriminaba la muerte de Stacy, pero a diferencia de Kira, a la primera no le debía nada como para quedarme y organizar el homenaje de una fiesta en su honor. A Kira sí que le debía cosas, tal vez demasiadas.

No pude evitar que ella muriera, y si, sentía algún tipo de cuota de responsabilidad por ello, pero si en mis manos estaba salvar a Kira, lo haría; sin importarme las consecuencias.

De camino a la casa de Stacy me replanteé los miles de escenarios que en realidad podían haber pasado, unos más alentadores que otros.

Sin embargo, esa noche emprendí camino pensando en que iba a matar a la mujer que me había cuidando cuando era un niño. Había aprendido actuar dominado por la rabia y el miedo, era la forma que conocía para enfriar mi mente, pero temía más por Kira que por mi vida.

Esperaba que en el cielo el Dios de mi padre hubiera escuchados todas mis plegarias, que la vida y el karma no fueran una jodida perra conmigo como siempre lo había siendo. Esperaba que por lo menos el positivismo sirviera de algo.

Mientras conducía por la carretera nocturna mi teléfono volvió a sonar, soltando una mano del volante, lo tomé con rapidez al ver el nombre de Kira iluminando la pantalla. Maldiciendo en voz baja contesté, esperando que Miranda, quien se suponía estaba al otro lado de la línea, hablara.

—¿Aiden...? —La voz al teléfono sonó entrecortada, pero no era Miranda quien había hablado, era Kira.

Un alivio nunca antes conocido inundó mi cuerpo, pero al mismo tiempo vino una confusión no del todo clara; no podía ser tan bueno, siempre debía haber algo más turbio y perverso detrás de tantas buenas noticias.

Rogaba que Torres se hubiera arrepentido de sus cinco minutos de una perra malvada y hubiera regresado a rezarle al pastor de su iglesia.

—Mierda —jadeé por el estupor del momento, luego vino el bombardeo de preguntas—: ¿Kira? ¿Estás bien? ¿Sucede algo?

Me preparé para lo peor cuando la escuché soltar un suspiro profundo, casi ahogado, que vino acompañado de desesperantes sollozos.

—Creo que la maté... —Me quedé sin palabras, porque de entre todas las cosas eso era algo que no había esperado escuchar, de nuevo. Simplemente creía que Miranda había tenido su auto exorcismo y había vuelto a ser un ama de casa mojigata de siempre, pero antes de que pudiera argumentar algo al respecto Kira volvió a hablar—: Lo siento, de verdad no quise.

No pude decirle nada porque ella misma había cortado la llamada después.

Siempre era un conductor precavido, pero no podía pensar, entre el susto de que a ella le hubiera pasado algo y lo que podía haber sucedido con la señora Torres me hacía tener la mente nublada.

Fue una suerte no encontrar alguna patrulla policial en la carretera y estaba más que agradecido a los cielos por eso.

Cuando por fin llegué me detuve, aparcando mi camioneta a la orilla de la carretera, por un lado estaba aliviado, pero por otro tenía miedo. Miedo de lo peor, de lo que podía haber pasado en aquel lugar. La llamada de Kira era un total desconcierto para mí, pero tenía que ver la escena para comprobar qué tan grave era. Esto no era un simple drama, Kira era una persona demasiado autosuficiente como para acudir a mí por alguna situación sencilla que ella misma podía solucionar.

Mátame Sanamente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora