Hombres.

Dio un par de pasos hacia la puerta de la habitación, pero el chico la detuvo con un grito ahogado.

—No salgas todavía que mi mamá debe estar en la sala, espera a que salga yo primero y te avise cuando esté el camino libre.

—Púdrete —dijo María por toda respuesta y le mostró el dedo medio—. Y, por cierto, no soy una zorra en la cama, soy una diosa, pero tú nunca entenderás el motivo porque tienes la pena tan corta que cada vez que me movía se salía.

Con esa estocada final, María salió del cuarto cerrando de un portazo detrás de ella para dejar solo y moribundo a su reciente víctima.

Desfiló hacia la sala como una diva, haciendo sonar sus tacones sin miramientos, y al encontrarse a la madre del chico pasmada por la sorpresa en el sofá, dijo:

—Acabo de tener relaciones con su hijo, sí. Hágale el favor de hablarle de educación sexual, porque le juro que prefiero el celibato a repetir lo que acabamos de hacer.

☆♧☆

María después de aquella decepción decidió volver al lugar donde siempre era feliz: con Soto.

Estaban jugando Mortal Kombat en la PlayStation 3 de Soto, divagando sobre la inmortalidad del cangrejo, riendo mientras se bebían una Coca Cola sin gas, cuando un pitido del teléfono de Soto interrumpió el momento.

María se fijó con disimulo en la manera en que el rostro de Soto se iluminaba al leer el texto que le había llegado. El chico dejó el celular de lado sin responder y regresó al juego, pero cada dos segundos volvía la vista al lado donde había dejado el teléfono, como si quisiera comprobar que seguía ahí.

María aguantó la risa para no ser maleducada, pero se le hacía bastante evidente lo que estaba sucediendo: su amigo intentaba con todas sus fuerzas no correr a responder el mensaje que tanto lo había emocionado.

A pesar de que su amiga lo había descubierto, ella fingió demencia y ambos siguieron jugando. Un par de Fatalitis sangrientos más tarde, Soto cedió a la debilidad y contestó el mensaje.

Solo entonces dio la impresión de haberse relajado y empezó a jugar con más naturalidad sin mirar cada dos segundos el teléfono.

Ese patrón se repitió un par de veces mientras el chateo furtivo avanzaba. Llegaba un mensaje y Soto trataba de no correr a abrirlo, pero cuando al fin lo leía una sonrisa inmensa se le tatuaba en el rostro, sonrisa que, en opinión de María, lo hacía ver estúpido a niveles insanos. Luego esperaba un rato para responder mientras fingía concentración en el juego, y al final acababa contestando para repetir todo el ciclo de nuevo.

—A ver, ya.

María le dio pausa a la partida y se volteó a encarar a Soto, cansada de perderse el chisme.

—Lo pausas porque estás perdiendo —alegó Soto.

—Lo pausa porque el chisme está bueno y me lo estoy perdiendo.

—Sí, claro. Así le dicen ahora.

—Coño, ya, Jesús Alejandro. ¿Con quién te escribes que te saca esas sonrisitas maricas?

Como Soto era Soto, no se iba a poner a negar lo marico que había sido, sino que reaccionó como solo él podía hacerlo: con su característico humor indeleble.

—¿Celosa, Potter?

María entornó los ojos a un punto en que parecía que le iban a salir rayos láser de ellos.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora