37: María y Soto

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María

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María

María podía fingir que su autoestima sobrepasaba cualquier altura, pero seguía siendo una mentira que moría por empezae a creerse.

Era el motivo por el que siempre buscaba validarse en la opinión de otros hombres. Hablaba del sexo como si le resultara una maravilla, pero lo único que era adicta era a los comentarios de aquellos que le decían lo perfecta que era en la cama.

No tenía tiempo ni espacio en su cabeza para invertir en disfrutar, su concentración iba dirigida al placer de ellos, a volverlos locos, a ser mejor que las demás. Era el pago que demandaba a cambio de su cuerpo: la contribución a su frágil autoestima.

Pero no esa vez. Ese día, tirada en la cama del vecino al que le había tenido ganas desde que empezó el liceo y el chico se asomaba a lavar su carro al garaje sin camisa, estando apenas cubierta por la sábana y sin una gota de sudor encima, decidió que le valía tres hectáreas de verga flácida lo que ese mal polvo pensara de ella.

Y aunque jamás había tenido un orgasmo a manos de un hombre, no dejó que eso influyera en lo que estaba a punto de hacer.

Le quitó al vecino el brazo que tenía debajo de su cuello como si le molestara, se dio la vuelta en el colchón hasta quedar ladeada de frente a su acompañante y se apoyó en su codo para levantarse sin estar sentada del todo.

—¿Qué tal acabaste? —le preguntó.

Pudo haber sido una conversación sensual, pero el tono inquisitor de María puso al chico a su lado a tartamudear.

—Eeehhh... Bien, supongo.

—Al menos uno de los dos lo disfrutó.

—Pero...

Aquel hombre recibió el comentario de María como una patada en las bolas. Y no las afrontó con vergüenza, sino con la ira que dejó a su paso el dolor de su ego.

María siempre le había encantado a lo lejos, le parecía atractiva y sensual, pero para hombres como esos toda mujer pierde su encanto cuando no lo necesita a él para reconocer su valor, porque así se le hace más difícil tener algo qué ofrecerles.

Así que decidió devolverle el golpe.

—¿De qué estás hablando? —escupió el chico—. Si eres pura bulla. Tanto que ladras y no muerdes. Alardeas por todos lados de ser una zorra en la cama, y cuando estuviste arriba de vaina y te moviste. Un maniquí tiene más soltura en las caderas que tú.

María Betania tuvo tantas ganas de pegarle que prefirió levantarse y vestirse para no sucumbir a su impulso primitivo.

Maldijo al chico en su fuero interno mientras se abrochaba el pantalón, le parecía un malagradecido de manual. Era un ser insípido bendecido con la dicha de probarla, y habiendo desperdiciado su oportunidad prefería enmendar su orgullo que su error.

Nerd: obsesión enfermiza [Libro 1 y 2, COMPLETOS] [Ya en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora