Capítulo treinta.

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El mundo y el destino eran increíblemente extraños algunas veces. Otras, eran irremediablemente crueles y a veces podían sorprenderte como nunca. La cosa es, que nadie puede cambiar el destino, nadie puede alterarlo. Y algunas veces no es justo, algunas veces desgarran tu corazón y cuerpo hasta desangrarte por completo y no se sabe cuál es el real propósito de esto.

La vida cambia. Sin duda todo cambió cuando llegó a casa.

Llegó allí y se dirigió a su habitación, totalmente despreocupado, algo triste por el momento pero no deprimido, solo... ¿Para qué mentir? Quería taparse hasta la cabeza y llorar en silencio hasta quedarse dormido.

Y lo hizo.

Soñó que corría junto a él en un campo lleno de flores mientras sostenían sus manos como si sus vidas dependiera de ello, y se sonreían como nunca, y disfrutaba del aroma, del cálido ambiente, de los latidos de su corazón. Era simplemente... el momento perfecto. Era la escena irreal de una película que llegaba a su fin, pero él estaba tan felíz... Tan felíz...

Podría decirse que en el sueño ni siquiera sabía el significado de la palabra "dolor". Aunque lo sentía. El corazón le dolía de tanto amor que sentía hacia el contrario, de una manera inimaginable, casi obsesiva. Pero ambos estaban igual de felices, ambos se sentían seguros, estaban en su hogar. Y todo era perfecto.

Se tiraron sobre las flores, riendo y abrazándose. Abrazándose tan fuerte. Ambos sentían los latidos del otro, acariciaban sus espaldas y él aprovechó a darle un besito en su clavícula.

—Te amo.

—Y yo a tí.

Y de repente pasó a otra escena.

Estaba en un pasillo, con el tapíz floreado de las paredes sucio y en algunas partes despegado, con la alfombra del suelo llena de barro y algunos agujeros que daban paso hacia la nada misma. Estaba asustado. Alzó la vista, temblando de miedo y sus miradas se conectaron. De repente un alivio recorrió su cuerpo, pero aún seguía alerta.

Comenzó a caminar, esquivando los pozos e intentando no apoyarse en las paredes. Y de pronto notó que... a cada paso que daba, él se alejaba más y más. De pronto notó que... jamás lo alcanzaría.

Corrió, tropezando y cayendo varias veces, pero no lo alcanzaba. Y él lloraba... Ambos lloraban.
De repente el suelo comenzó a destrozarse más y más, y el espacio que tenía para intentar alcanzarlo era casi inexistente.

—¡Corre hacia mí, por favor! —gritó, desgarrando su garganta. Pero él no le respondió, dudó de si lo había escuchado, porque no podía dejar de llorar—. ¡Ven! ¡Corre hacia mí, conmigo estarás a salvo! —intentó una vez más, pero era imposible.

Y... cayó.

Todo a su alrededor se volvió negro y él desapareció de su vista. En el lugar de su corazón había una nube y sus pies estaban desintegrándose, pero no le dolía.

Y cuándo creyó que moriría, una mano sujetó fuertemente la suya. Lo volvió a ver ahí mismo, como una luz resplandeciente y perfecta entre la espesa oscuridad. Notó que, a diferencia de hacía algunos segundos, él tenía alas.

Le sonreía, y lo ayudaba a subir a la superficie. Y él estaba totalmente hipnotizado ante tal belleza, pero en lugar de su corazón seguía estando la nube negra. Miró al ángel, pero él le negó con la cabeza y comprendió: ya nada se podría hacer con eso. Ahora debía acostumbrarse a vivir con ello.

Llegó allí, a la luz, pero no pudo sostenerse y volvió a caer. Esta vez, el ángel no pudo alcanzarlo y sostenerlo. Impactó contra el suelo.

Mi adorable lector - [Larry]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz