Prólogo

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Durante gran parte de mi larga vida he aprendido a moverme por caminos que la gente normal desconoce o procura evitar. Al principio fue por necesidad o supervivencia, pero luego aprendí a utilizarlos para conseguir algún tipo de beneficio económico. ¿Quieres que nadie se entere de lo que has adquirido? ¿Quieres comprar algo prohibido? ¿Evitar pagar impuestos? ¿Saltarte las restricciones? Puedo llevar lo que quieras dónde quieras, cómo quieras, y cuándo quieras, incluso a personas, para todo hay un precio.

Pero hacía mucho tiempo que no lo hacía gratis, y entonces era solamente para los míos. También esta vez era algo peligroso, y estaba apostando no solo mi vida, sino la de mi hermano y nuestros amigos. Y lo peor de todo, lo que tenía mi corazón oprimido y al borde del colapso, era la necesidad de no fracasar. Los errores no serán una opción; casi la pierdo a ella por uno, casi los pierdo a los dos.

Estaba tenso, al punto de hacer que mis dientes chirriasen, que mis incisivos estuviesen clavándose en el interior de mi boca hasta sacarme sangre. Podía notar el sabor metálico en mi lengua, el dolor en mi mandíbula, la tensión de mis músculos, pero no iba a echarme atrás, ninguno de nosotros lo haría. Porque todos estábamos apostando por lo la esperanza que ella nos ofrecía, por un nuevo futuro que diese luz a los de nuestra raza, a varias razas de hecho.

Según Silas ella iba a cambiar las cosas, y no solo para los azules, sino para toda la Confederación. El equilibrio de poder iba a desestabilizarse a nuestro favor, o al menos era lo que la mayoría de nosotros esperábamos. Pero si era a mi a quién preguntaban por lo que ella iba a darme, diría que ya lo estaba haciendo. Ella era para mí lo que todo rojo espera encontrar en su vida; esa compañera a la que entregarte en cuerpo y alma, aquella por la que serías capaz de morir, la que se convierte en tu mundo. Estaba encadenado a ella por un capricho de nuestra genética, por un subyugante olor que me dice que haré lo que sea por conservarla a mi lado, que la protegeré con mi vida de cualquier mal que se atreva a amenazarla.

Pero no estoy cabreado con mi destino, ella es más que una marca olfativa irrepetible para mí, ella ha resultado ser lo que siempre he estado buscando, un ser bello por dentro, fuerte, noble... Aún sin esta cadena primitiva que nos une, sé que iría a cualquier destino de esta galaxia si ella estuviese allí. La parte mala de todo esto es que no soy el único.

Puedo ver en los ojos de mi hermano Rise que él también ha sido atrapado por su particular olor, pero esta vez yo llegué primero, esta vez la marqué antes de que él lo hiciera porque no pienso renunciar a ella. Sé que en cierta manera ni siquiera ella es dueña de sí misma, nos pertenece un poco a todos, pero mi parte no pienso compartirla con nadie.

Las luces de peligro empezaron a parpadear dentro del Fénix Negro, avisándonos de que habíamos alcanzado el punto de no retorno. Desde ahí no habría marcha atrás, aunque realmente no la ha habido desde el momento en que la secuestré de su cama hacía ya algunos meses. Yo fui el primero, bueno, puede que el segundo en conocerla, y desde ese momento se ha ido formando a su alrededor un pequeño séquito de lo más variopinto. Un monje amarillo, una médico del mismo color, una bionte azul, un descastado alado y un nutrido grupo de rojos de ambas lunas. El único que faltaba por aparecer era ese estirado violeta de Du Cort, pero también querría su parte del pastel, otra cosa es que le permitiera hacer algo más que mirarlo. Ella me pertenecía, y si otro hombre la tocaba con intenciones que no fuesen médicas, podría saltar sobre él y arrancarle la garganta de un mordisco.

—Agarraos. —Moví el control de dirección de la nave para que entrase en caída libre.

Con los motores apagados, desde hacía rato, no había rastro que seguir por los sensores de proximidad del planeta. Para las máquinas no seríamos más que otro trozo de roca o de basura espacial cayendo sobre el planeta. Sabía dónde nos llevaría la trayectoria de descenso, sabía que no habría cañones cerca que se aseguraran de reducir nuestro tamaño para minimizar el impacto en la superficie, y sabía que no podía demorarme más de un segundo en reactivar los motores cerca de la superficie si no quería que nos estrelláramos como un huevo desechado del nido de un águila de cuello verde.

No podía apartar los ojos de los sensores de la nave, pero sabía que ella estaba bien sujeta detrás de mí. No le permitiría ver lo que estábamos haciendo, porque si salía mal, no querría que ella viera como se acercaba el momento de su muerte. No podía verla sufrir, y mucho menos ser yo el que le causara ese sufrimiento, pero tampoco permitiría a otro el hacerlo. Si alguien tenía que ponerla en una situación como esta, solo podría ser yo, porque mataría a cualquier otro que hubiese puesto su vida en peligro. Y eso me llevaba a pensar en ese cazador Solari que lanzó aquella reliquia letal contra ella. Quería matarla y quería hacerlo de una manera llena de sufrimiento. Bien, ese era el destino que iba a regalarle. Iba a encontrarle, iba a decirle que había fracasado, y después iba a matarle. Nadie hace daño a la compañera marcada por un rojo.

Pero todo eso tendría que esperar, porque ahora estábamos de camino al lugar más sagrado de todo el universo conocido entre los pueblos de la Confederación. Íbamos a entrar al Santuario del árbol blanco, el Arepa Kupai. No habíamos pedido permiso, no nos esperaban, y probablemente intentarían sacarnos de allí lo antes posible. Pero teníamos una misión que cumplir, y no nos apartarían de allí hasta que estuviese cumplida. Esta vez Nydia iba a ser bendecida porque no permitiría un nuevo fracaso, no si eso implicaba regresar al kupai azul y volver a ponerla en peligro.

Santuario - Estrella Errante 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora