7. Maldito sea el destino

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Me pareció interesante cómo fluyó la conversación desde entonces. Registré en mi cabeza la facilidad con que las personas se abren luego de que les cuentas algo que en un principio fuiste reacio a contar. Me dijo que llevaba dos años de estudiar Ciencias Políticas, y como yo no entendía mucho de qué iba, comenzó a explicarme. No puedo decir que comprendí demasiado, pero me gustaba la expresión que tenían sus ojos tras los lentes mientras hablaba de ello. Pensé que, algún día, me gustaría tener esa misma mirada al hablar de mi vida.

Ese día Ethan me recordó a los que alguna vez tuve junto a mi verdadera familia, y se me antojó extraño que chico que conocí en el bar me recordara tanto a los que había perdido.

Ese día Ethan me recordó a los que alguna vez tuve junto a mi verdadera familia, y se me antojó extraño que chico que conocí en el bar me recordara tanto a los que había perdido

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Para Ethan Hallaway, Violeta era una chica extraña. Lo máximo que sabía de ella era lo que había intuido y lo que había notado en las pocas horas de detalles que le conocía. Rara vez contestaba sus preguntas, rara vez de manera directa, al menos. Era como muchos libros podrían describirla; esquiva, misteriosa, y sentía de algún modo que junto a ella protagonizaba la extraña y compleja trama de la obra de teatro que era la vida. Había entrado un día en un bar sin pretender encontrar a tan peculiar muchacha sentándose cerca de él. Se habían conocido sólo desde el día anterior, pero desde ahí no había pasado un minuto en que no pensara en ella; lo intrigaba, y si seguía siendo así no veía forma de lograr sacarla de su cabeza.

Ethan no era de los que se enamoraba, y no podía decir —al menos, no todavía— que lo que la chica le producía fuera amor, ni cerca... pero definitivamente algo era.

Se había dado a conocer a sí mismo como un estudiante de Ciencias Políticas, y eso lo había situado años por encima de la edad de la muchacha, pero Ethan estaba muy seguro de que eso poco le importaba. No era una obsesión lo que crecía en lo profundo de su pecho, pero una ansiedad que iba en aumento por saber todo de ella. La miraba y con sólo éste hecho mil preguntas se le aparecían en la cabeza. ¿Quién era? ¿De dónde venía? Había algo turbio en su mirada que lo atraía, y a segundos se encontraba pensando en este tipo de cosas, y sacudía la cabeza: ¿desde cuándo a él le importaban esa clase de detalles?

Pero sí: Violeta era una chica extraña. Y, antes que nada, eso a él lo atraía.

—¿Qué? —quiso saber la (al parecer) dueña de sus pensamientos.

El muchacho no entendió en un principio a qué se refería. Entonces Violeta miró con altanería, con una mezcla de burla en la chispa que siempre llevaban sus ojos, e Ethan supo en ese instante

que ella lo había descubierto. Por algún motivo sintió como si lo atrapasen in fraganti. Violeta sonrió ante esa emoción que sólo tiene quien se divierte a costa de los sentimientos de otro.

—Ethan Carter Hallaway—empezó por decir. Hizo una pausa, como conteniendo una carcajada. Luego, añadió—. No me digas que he comenzado a gustarte.

Él sintió sus mejillas arder, e hizo un gesto con la mano, llevando la vista hacia el café que descansaba entre sus dedos, para evitar que así la chica viera su sonrojo. Bebió un sorbo sin importarle que el líquido quemara su boca y garganta.

Morir Mintiendo © Libros I y IIWhere stories live. Discover now