—¿Podrías hacerme un favor antes de marcharte?— junto las manos en señal de fuego y a mi me faltó tiempo para asentir sin pensarlo. Eché un vistazo a ver si seguían sus amigos en clase, pero no estaba ninguno. De hecho, hasta la profesora se había marchado, dejándonos únicamente a nosotros dos—. ¿Me prestarías los apuntes de Biología?— colocó una mano en mi hombro y me miró fijamente antes de añadir—. Me distraje en clases y no pude tomarlos. No puedo permitirme perder el hilo nada más ha comenzado el curso.

—No te preocupes— sonreí al mismo tiempo que dejaba los libros sobre una mesa, y emocionado, comencé a buscar la carpeta de Biología en mi mochila. Cuando la encontré, le tendí la hoja de los apuntes de ese mismo día. Por suerte tampoco tenía muchos dibujos, solo unas pequeñas nubes tristes abajo de la esquina—. Aquí tienes.

—Ah, muchas gracias— agarró el folio y lo dejó en la mesa de su lado. Me extrañó que no lo guardase inmediatamente, pero tampoco dije nada. Esta vez guarde todos los libros en el interior de mi mochila, y tras colgármela a la espalda, me dirigí hacia la puerta. Cuando me giré, vi que Newt seguía en el mismo sitio.

—¿No vienes conmigo?

—No, no. Yo tengo que hacer un par de cosas antes de irme— volvió a sonreírme, tranquilizándome, y agarró mi hija de apuntes. Antes de que yo saliera, se despidió agitándola en el aire alegremente, y volvió a agradecerme por el favor—. ¡Nos vemos!

—Nos vemos— respondí encantado, casi sin creerme lo que acababa de suceder.

¡Al fin Newt me había hablado! No estaba equivocado al pensar que era mi amigo. Y es que últimamente, con tanto cambio de humor, llegué a pensar que podía caerle mal. Por suerte estaba equivocado, y seguíamos llevándonos igual de bien que el primer día.

Sonreí y me dirigí a la salida con pequeños saltitos, sin preocuparme que alguien pudiera verme. Aunque de hecho, nadie podía verme ya que todos los pasillos estaban desiertos. Mi charla con Newt se había demorado lo suficiente como para que todo el mundo hubiera abandonado el recinto. No había nadie con quien pudiera chocarme o tropezarme. En realidad, era bastante más divertido que a primera hora, cuando apenas podías dar un paso sin que te estrujaran.

Una vez salí, me dirigí a la parte trasera del edificio, aquel sitio donde yo aparcaba mi bici todas las mañanas. Y no era el único, hasta había gente que dejaba sus skates o monopatines. Era como un aparcamiento para vehículos de alumnos. Sonreí por mi ocurrencia mientras me acercaba tranquilamente hacia mi bicicleta, la única que quedaba aparcada.

Fui a quitarle el candado, aún alegre por la reciente situación, cuando me percaté de algo diferente. Algo diferente concretamente en las ruedas. Las apreté y efectivamente pude comprobar que estaban bastante desinfladas en comparación a como las traje esa mañana. De hecho, les faltaba tanto aire, que si apretaba en mi agarre podía juntar ambos lados sin ejercer mucha fuerza.

Con agobio, empecé a buscar el causante de que mi bici estuviera quedándose sin base, y a los pocos segundos lo encontré, o más bien los encontré. Dos rajas no muy grandes estropeaban la superficie de cada rueda. Aún soltaban aire. Seguramente el accidente acababa de suceder, y eso era lo que más me molestaba. Si hubiera salido antes de clase, quizás lo hubiera logrado impedir.

Mordí mi labio inferior e intenté aguantar las lágrimas y buscar una solución. No debía llorar, siempre me regañaban porque era lo primero que me salía hacer en estas situaciones, pero es que de verdad sentía como mi pecho quería explotar. Finalmente conseguí agarrar mi móvil y marcar el número de mi hermana sin soltar ni una sola lágrima.

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