La villa.

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-No. Me niego a soltar mi aguja.

-No podremos entrar a la aldea si no dejamos nuestras armas aquí. – razonó Quirrel.

-Pues me quedaré. No pienso dejarla en un lugar desconocido, así como así.

-Eh estado en esta aldea antes. Se ve un poco cambiada, pero veo que aún sigue siendo algo segura.

-No. – se cruzó de brazos. El insecto ya se estaba cansando.

Después de un largo viaje molesto y dejar la tormenta de arena atrás y todo el páramo muerto, el día de ayer siguieron caminando con el rumbo directo hacia el norte hasta que, en medio de la mañana, cuando el sol salía en el horizonte, el camino empezó a cambiar. Leve vegetación asomaba. Rocas con plantas tan anchas y largas que parecían llegar hasta parecer un cerro pequeño. Frondosos desde arriba y poco espeso desde sus raíces. Con insectos pequeños y salvajes viviendo ya sea en la tierra o dentro de las mismas plantas. Fue una hora y media más de camino cuando encontraron un tipo de camino de comercio cuando por fin encontraron un letrero con una indicación simple: Villa Vilkori.

Caminaron una media hora hasta encontrar las puertas que recibían a los viajeros. Dos guardias escarabajo los inspeccionaron de arriba abajo para luego dejarles pasar. Pero uno más los había detenido; un escarabajo de tamaño grande y de coraza más gruesa, para guiarles a donde deberían de dejar sus respectivas armas. Un puesto donde otro guardia se encontraba custodiando la entrada a un almacén. Con otros tres guardias custodiando otra entrada que, ahora sí, daba a la villa.

Siete guardias escarabajo custodiaban la entrada.

-Es un lugar que no necesita ser alterado por armas. Serán siempre bienvenidos, pero si se niegan a respetar la norma de dejar sus armas, tendré que pedirles que se retiren. – dijo firme, pero educado el guardia que de seguro era el encargado de custodiar esta sección.

Hornet daba argumentos donde negaba rotundamente dejar aquello preciado para ella. Refunfuñaba y amenazaba al guardia que no tocarían su aguja. Quirrel dio un paso al frente del escarabajo almacenista y entregó su aguijón. Hornet inhaló sorprendida.

-¡Quirrel!

-Vamos, Hornet. Entiendo tu preocupación. Pero estamos en un lugar seguro. Añadiendo que ellos son los que custodian la villa. De seguro habrá más dentro de la misma. Así que, si ellos están para proteger a los insectos de aquí, puedo suponer que todo estará bien. – Hornet guardo silencio y desvió la vista. Aun reacia. – Mira, Hornet. Ya estamos aquí. Y no creo que regresar sea una opción tampoco. Ha sido algo cansado y solo quiero descansar en un lugar sin tener que andar despertando cada media hora para saber que algo no me picará la nuca al estar acostado a la intemperie.

La araña guardo silencio mirándolo de reojo. Soltó el aire con resignación caminando lentamente hacia el escarabajo que la esperaba. Aun sostenía el aguijón de Quirrel y esperaba a que la araña entregara el arma.

Se posó frente a él y entrego la aguja con una mirada de preocupación. Cambiándola por una cara fiera dejando al almacenista con rostro incómodo.

-Te la encargo. Si me llego a enterar que le hicieron algo o la perdieron, serás el primero en rezar que tu turno hubiera sido recoger estiércol de tremadora. – aunque era pequeña, la araña fue capaz de hacer tragar grueso al pobre guardia. Asintiendo, ahora con pavor en su rostro, Hornet volvió a con Quirrel y ambos miraron al insecto mayor.

-Síganme por favor.

Llegando a la segunda puerta, un poco menos grande que la primera de la entrada a la villa, los tres escarabajos se hicieron a un lado. El insecto de mayor rango les abrió dejando ver todo dentro y más allá.

DespedidaWhere stories live. Discover now