Capítulo 62: Despedidas... extrañas.

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Al despertarme en casa de Jessie me siento un poco perdida, pero es por la sensación de despertarme en un lugar que no acostumbro.

Con cuidado de no hacer mucho movimiento, me giro a ver al italiano y me sorprende el hecho de no encontrarlo ahí. ¿Dónde estará?

Me tumbo mirando hacia el techo y pensando en todo lo de ayer, la fiebre, la pesadilla... es tan agotador...

El techo también es azul, este de un tono más claro, como si hubieran mezclado el mismo color con un bote de pintura blanca, pero crea un efecto alucinante que hace ver un poco de más vida en esta habitación.

De pronto escucho murmullos fuera de la habitación y mi curiosidad me vence. Me acerco a la puerta e intento oír bien lo que dicen.

Quizás, si le contaras lo que sucedió exactamente las pesadillas terminen – esa es María.

- Tengo miedo de perderla, María – Las palabras de Jessie suenan más como un sollozo lastimero que a mi me pone los pelos de punta - ¿Y si no lo entiende y me deja? Eso pasó hace tanto tiempo...

- Lo entenderá, es una chica lista. Creo que solo necesitará tiempo para digerirlo – suspira – se parece mucho a Regina.

Escucho una risita tensa seguida de otra.

- Sí, se parece bastante.

Carraspeo a la vez que espero unos tres segundos para abrir la puerta y salir. Aunque nada más salir preferiría no haberlo echo, ¿o sí?

Jessie estaba hablando con María a no mucha distancia del pasillo.

Lo observo de arriba abajo y trago saliva. Nada más que lleva una toalla enrollada en la cintura y el pelo húmedo cayéndole hacia delante. Lo que le forma el flequillo que casi le llega a los ojos y que me encanta. Se ve tan... adolescente.

- Hola – digo en un susurro tímido.

- Hola – dice él con un tono ronco.

- Buenos días, preciosa – me saluda María sonriente.

Los tres nos sentamos a desayunar acompañados de un silencio que debería de ser agradable pero que ahora mismo me incomoda a más no poder.

Cuando me acabo mis tostadas Jessie casi me obliga a beber un vaso de leche, sin embargo se rinde al descubrir que no me gusta la leche sola.

Decido marcharme a mi casa justo antes de que Jessie deba acompañar a María a comprar al mercado. Nuestra despedida es... dura.

Estoy en la puerta de la casa, apoyada en mi pie derecho y mirando hacia abajo. Noto cómo agarra mi mentón y lo eleva con vehemencia. Impacto con su mirada oscura. Y, sin previo aviso, me planta un beso que me sabe a dulzura, cariño, amor... y deseo. Aunque desde luego, cuando se aparta para observarme a mi y a mi reacción, lo que encuentro es agradecimiento.

Te amo, bet – inhalo aire, parece que lo necesito con urgencia tras el beso – ten mucho cuidado – asiento. Suspira – luego te veo.

- ¿A las seis en mi casa?

- A las seis en tu casa – me confirma.

Nos quedamos en silencio mirándonos continuamente sin apartar la vista el uno del otro, casi siento la tristeza entre nosotros. Por tener que separarnos. Lo de anoche fue muy revelador, un paso más para la relación. Para mí supone más confianza adquirida por su parte hacia mi persona.

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