Pero esa casa, la cual sólo Melanka la hacía completa, ahora está vacía y sin sentido. Y yo intenté en estos días también no perderle sentido a la cosas... ni a mi misma. Así que tras ponerme mis pantuflas de andar por casa y agarrar mi móvil, decidí salir de una vez y encarar a mi abuela.

No levantó la mirada para verme. Dejé el móvil a un lado de la mesa.  Ella simplemente me señaló la silla en frente de ella, mientras removía con una cucharilla su taza. Observé la mía tras observarla con los ojos entrecerrados. Ella decidió levantar la mirada y mirarme, para después casi esbozar una sonrisa.

-Tranquila, no e usado ninguna planta rara para drogarte. Simplemente es un té de romero para eliminar la tristeza y la depresión- bebió otro sorbo de su taza- Si no me crees, puedes intercambiar taza conmigo.

Inspiré hondo, negando con la cabeza levemente y llevando mi taza a mi boca. 

Era mi abuela, por el amor de Dios. No sabía cómo habíamos llegado a tener la relación y la frialdad que teníamos ahora. Bueno, sí sabía, y era por culpa de sus decisiones. Pero a veces, simplemente con observar su rostro con arrugas y con las mejillas rosas, se me pasaba cualquier enfado.

-¿Porqué sacaron tan rápido todo de la casa de Melanka?- murmuré en voz baja, cogiendo una galleta del plato y partiéndola por la mitad.

-Al parecer, según lo que hablé con los vecinos, ella donó sus muebles y pertenencias a organizaciones. Ese era su testamento.- murmuró por lo bajo al igual que yo.

Fruncí el ceño, terminando de masticar.

-¿Y sus pertenencias privadas?- pregunté elevando una ceja.

-La policía dijo que tenía una caja en su habitación, en donde ponía una dirección a la que se debía de enviar. Y en ella estaba escrito eso, pertenencias privadas.

El último trozo que pasó por mi garganta, pasó difícilmente tras escuchar aquello. Llevaba horas sin llorar, pero mis ojos se volvieron a empañar.

Sabía cómo iba a terminar todo. E incluso estando prisionera en su propio cuerpo, en ocasiones luchaba para que el control de su cuerpo volviera a ella, como me dijo en el hospital, refiriéndose a la noche en la que tomé ese té. Así que también recogió sus pertenencias. Apoyé mis codos en la mesa y junté mis manos en la frente, para que mi abuela no viera las lágrimas caer.

Permanecimos en silencio. Sabíamos las dos que una de las nuestras ya no estaba. Y se notaba bastante en el ambiente.

-Llevé algunas plantas especiales, que tardan bastante en crecer allí abajo, y las enterré en su jardín hoy temprano, antes de que llegara la policía y las furgonetas- dijo dejando su taza y cruzando sus manos sobre la mesa.

Al menos tenía garantizado que las plantas de mi abuela no se iban a marchitar a los días. La magia de la naturaleza, supongo, que permitía a esas plantas crecer con una débil luz de sol y con oraciones de una boca poderosa. Algunos vecinos se reían de mi abuela, diciéndole que eran simples plantas de plástico, pero una de las bellezas era la duda de las personas, ya que garantiza que tu trabajo es bueno.

-Yo...- susurré, agarrando un pañuelo para limpiarme las lágrimas y la nariz por dentro. Sentía su mirada sobre mí todo el tiempo- Estuve con ella en el hospital. Llegué en sus últimos minutos de vida.

Elevé la mirada para por fin, conectarla con la de ella. 

Su mirada era triste. Pero a diferencia de la mía, la suya no tenía lágrimas. 

-Que descanse en paz.- suspiró- Nunca tuve una buena relación con ella pero soy consciente del poder que tenía y de lo fuerte que era también. Debió de sufrir bastantes antes de irse.

AMO© |TRILOGÍA AMOS 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora