Capitulo 21: Y es cuando

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— Quise traer algo, me gusta traer algo cuando me invitan a cenar o algo parecido.

Me quedé mirando la botella y tragué saliva sintiendo un nudo en la garganta. Sonreí y no sabía cómo decirle que no podía probar ni una sola gota de aquel vino y no hacerlo sentir desairado.

— No debiste molestarte. Seguramente a Alessandro le encantará. Yo no puedo tomar, si lo hago muchas cosas terminarían mal.

— Lo siento, no sabía. Que torpeza la mía.

— No, todo está bien. Gracias por el detalle. Alessandro no nos va a poder acompañar hoy. Quería que lo conocieras pero se siente algo indispuesto. En unos minutos nos acompañará mi tía.

Hablamos de todo un poco y las palabras y los temas fluían como si aquella noche hubiera sido hecha para nosotros. Él lograba que mis problemas desaparecieran al menos por aquel momento. No parecía ser el hombre solitario que era. Siempre estaba lleno de temas interesantes y aunque se mostraba "feliz" en sus ojos a veces podía ver el dolor de no haber podido amar a la mujer de la que estaba y seguía enamorado. Difícil es amar a alguien que no te corresponde, creo que más difícil es amar a alguien que ya no está y jamás volverás a ver.

— ¿Estás bien?

Pensé que respondería que sí pero Damián no era como el resto. Era demasiado transparente y negó con la cabeza algo decaído.

— Tu invitación me ha ayudado para distraerme un poco pero no del todo. Mañana se cumple otro año más en el que ella murió y otro año más en el que yo la sigo recordando como si hubiese sido ayer.

— No imagino como debe ser, es fuerte nada más de imaginarlo.

— Me he acostumbrado a recordarla con amor y con eso me ha sido pues digamos que suficiente.

Intento cambiar de tema. Era obvio que le dolía el hablar de esa mujer de la que ni siquiera me había dicho el nombre. Ese amor, esa entrega era uno de los sentimientos más puros que había visto en un hombre hacia una mujer. Esa mujer era afortunada aún estando muerta. La seguían amando, le seguían fiel a su recuerdo. Creo que lo podía entender, quizá me pasaría lo mismo si Alessandro me llegara a faltar en algún momento. Él se había convertido en mi aliento, en ese motor que impulsaba mis días aún cuando no tenía muchas ganas de aferrarme a la vida.

— ¿Por qué me miras así? — Preguntó curioso

— Amar así..., es algo que pocas veces se puede ver. Ella es muy afortunada aunque no esté en este mundo.

La conversación se pausó abruptamente cuando Altagracia entró al comedor y justo cuando iba a sentarse en la mesa y disculparse por la tardanza se quedó paralizada. Su rostro estaba petrificado y sus ojos se tornaron cristalinos para seguido sollozar aún sin soltar una sola lágrima. Su mandíbula se tensó, tanto que se podía ver marcado en su rostro. Le pregunté qué sucedía pero ella no respondía. Solo se quedó mirando a Damián como si hubiese visto un fantasma. No fue la única; Damián perdió el color en su rostro y parecía que haber visto a Altagracia le provocó un choque que yo aún no entendía.

— Tú..., Altagracia que..., no es posible.

Ella se sentó y aún estaba en trance. No habló, no dijo nada.  Ni siquiera se atrevió a levantar la mirada y el nerviosismo hizo que dejara caer el rosario que siempre llevaba en las manos. Apenas probó la cena. Era como si estuviera en otro mundo y su reacción tenía que ver de una forma u otra con la presencia de Damián.

— Ella es Altagracia, es mi tía.

Se quedó mirándola fascinado y al mismo tiempo desconcertado. Suspiró y sin dejar de observarla comentó decaído.

La teoría del amor Where stories live. Discover now