• CAPÍTULO 53 •

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Me trueno los huesos de las muñecas y paso de largo cuando veo a mis padres en una esquina.
Mi madre me mira con miedo, y eso me gusta.

Los niños están en un salón especial donde toman clases con una maestra particular, ya que ha quedado prohibido de que salgan a la calle por el peligro.

Le prometí a mi hermano que cuidaría de ellos, y eso haré. Aunque me tenga que convertir en la mala de sus cuentos.

La maestra de mis sobrinos se pone rígida al verme pasar. El salón tiene a dos de mis hombres cuidando todo porque no vaya a ser que esta maestra sea una impostora.

—¡Tía Karol! ¿Viniste a vernos?

—Espero que estén poniendo atención.

—Ya tenemos horas aquí, tía, ¿ya podemos salir a jugar?

—¿Ya sabes sumar?—se queda callado—Aprende a sumar y puedes salir a jugar.

Le hecho un vistazo a mis hombres y después salgo. Sólo había entrado a supervisar las cosas.

Paso por el living y Maxon acaba de recibir un cargamento de construcción para ponerse a hacer su magia.
Bratt tan sólo llegó de ir a almorzar y se ha encerrado enojado en el lugar que le asigné ya que se encargaría de fabricar químicos.
No entiendo la razón de su enfado, y la verdad no me importa.

Valentina lidera los cargamentos. Todo marcha de maravilla aquí y me es suficiente.

Me encierro en mi oficina y empiezo a hacer las llamadas para el lavado de dinero que está ocurriendo en Río de Janeiro.
Pero no sólo hago eso, sino que mando a mis hombres a asaltar algunos locales del centro.
Quiero que se expanda el rumor de que ahora son dos mafias poderosas aquí en los Estados Unidos y quiero que cada que digan mi nombre, tiemblen del miedo.

Todo marchaba bien, pero justo a la siete de la noche me mandan a hablar.

—Señorita, un hombre pone resistencia. No quiere pagar las cuotas.

—¿Quién?

—Un viejo anciano. Es dueño de un pequeño restaurante de comida mexicana.

—Bien, prepara un auto.

Tomo mis cosas, me arreglo la ropa y el cabello antes de salir. El auto ya me estaba esperando en la puerta y partimos al centro. La ciudad está oscura y lo único que alumbra son las pocas luces de la ciudad.

Se estaciona frente a un restaurante feo y viejo.
Bajo, y todos me dan paso a entrar. Uno de mis hombres le apunta con una pistola y aunque el viejo ya se haya orinado en los pantalones, pone resistencia.

Lo miro con la mirada neutra y después suspiro, tomando una silla y sentándome en una de las mesas.

—Señor señor señor. ¿Sabe por qué no tiene una bala en su cabeza ahora mismo?

—No me dejare influenciar por ustedes. No se irán al cielo.

—No tiene una bala en la cabeza porque yo no he mandado a matar a mi gente. Si, porque usted y todo Los Ángeles son mi gente y si pedimos las cuotas es para defenderlos si sucede algo.

Tú, Yo y El Mal حيث تعيش القصص. اكتشف الآن