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Y aquí estábamos nosotros, los Dunphy-Darrell-York, a un día del baile de la única hija que esta peculiar familia fuera a tener. A un día del verano.

Puedo decir con certeza que para papá dos esto se iba a pasar volando. Él me había tenido diecisiete años con él, en casa, protegida, bajo su ala. Él no era mi padre biológico, su sangre no corría por mis venas, y eso era un golpe duro para él por lo que se había propuesto a sí mismo olvidar eso y cuidarme como si sólo fuera de él, y en el intento, lo había hecho mejor que cualquier otra persona. Como típico padre celoso y sobreprotector, papá dos se llevaba el premio; como contrincante en batallas de videojuegos, él era el maestro; como cocinero, le faltaba práctica. Pero papá dos, oh papá dos, él estaba triste, no paraba de llorar.

Para papá uno esto era igual de difícil, no se encontraba devastado como papá dos, pero se notaba que él lo sabía esconder muy bien. Papá uno era mamá gallina. Él se ocupaba de mí como lo haría una madre criada en una granja. Se encargaba de que saliera con un abrigo siempre, «Ponte el abrigo» era su frase favorita; se encargaba de mi salud, de mi seguridad, a veces era bastante estricto, un poco mandón y la mayoría de los castigos venían de su parte, pero como él solía decir cada vez que me reprendía: «lo hace porque me quiere».

Y mamá, mi madre lesbiana, mi amiga, mi compañera para esos días en que la adolescencia ataca tan fuerte que ni Jake puede consolarme. Ella estaba entre feliz y nostálgica. Era la única que no hacía gran alboroto por esto, pero sabía que su instinto maternal iba a extrañarme, tanto que también había derramado un par de lágrimas.

Íbamos a inundar nuestra sala. Sólo estábamos en el sofá, acurrucados. Papá dos estaba rodeándome con sus brazos en el lado izquierdo, mamá mantenía mi mano entre las suyas por el derecho, papá tenía la cabeza apoyada en mi pierna, estaba sentado en el piso, con sus rodillas flexionadas.

Todos mirábamos hacia el mismo punto: mi carta de aceptación de Oxford. Aun no la habíamos abierto. Y yo tenía miedo. Todos estábamos allí, en pijamas, esperando que alguno se decidiera a abrirla. Carter había llamado más temprano ese día, le invité a dar una vuelta en mi auto nuevo junto con Jake y fue cuando me confesaron que habían sido aceptados. Carter había recibido la beca de Cambridge, la carta llegó esa misma mañana y Jake la había recibido hacía dos días, pero no se animaba a abrirla y cuando por fin lo hizo, descubrió que había sido aceptado.

Y la mía había llegado justo en la mañana. Rita la había puesto en la mesa, debajo del perchero y no nos habíamos dado cuenta. Cuando la vi, casi salté de la alegría, emoción y pánico. Estaba aterrada.

―Debemos hacerlo en algún momento ―dijo papá dos, rompiendo el silencio sepulcral que nos rodeaba.

―Tengo miedo. ¿Y si no me han aceptado? ―Tenía la voz temblorosa.

―Lo harán. Estoy segura de que sí. ―Mamá acarició mi brazo.

Respiré profundo.

«Oh, Ted, estoy demasiado confiada. ¡Seremos aceptadas! Porque somos las mejores», me dijo Finnick en mi cerebro. Hace rato no la veía por aquí, sólo escuchaba su voz en mi cabeza. Y me pregunté a mí misma si había comenzado una nueva fase de mi vida.

«Yo, Finnick, yo seré aceptada ―contesté―. Así me gusta, bebé, así me gusta.» Me reí de mis propios locos pensamientos y me incliné hacia adelante, saliendo de la cálida prisión que formaban los brazos de mis padres alrededor de mí. Tomé la carta de la mesa de centro y me recosté en el sofá de nuevo. Miré a mis padres. Sus rostros estaban pacíficos, pero sabía que estaban tan aterrados como yo en el fondo.

―¿Listos? ―les pregunté. Ellos asintieron.

Rasgué el papel con cuidado, abriendo la aleta del sobre. Tomé la hoja dentro de este y la arrastré afuera. Me mordí el labio, dejando caer el sobre. Sostuve la carta por unos minutos sin desdoblar, respirando quedamente. Y entonces la desdoblé, sin miedo a nada, diciéndome a mí misma que todo iba a estar bien.

TEDDY (vol. I, II y II)Where stories live. Discover now