23.

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Estaba parada frente a esa casa de la cual había oído hablar tantas barbaridades. Que si el fantasma de Johnny Williams seguía rondando por allí ―aunque eso era ridículo, la familia ni siquiera vivía allí cuando eso ocurrió―, que si sacrificaban personas en el sótano, que si había una bruja que comía niños... En fin, tantas cosas sólo por una casita gris, de aspecto humilde, que era nada más y nada menos que el hogar de Carter West.

No les mentiré, estaba aterrada. No porque tuviera miedo de que el espíritu del padrastro de Carter me jalara los pies y me arrastrara hasta el parterre. No, no era eso. Tenía miedo de Carter. Bueno, miedo no, sólo estaba intimidada por él.

Después de lo que había hecho, lo evitaba lo más posible. Toda la semana me la había pasado escapando de él. Cuando podía oler ese aroma a cigarrillos y menta, me alejaba lo más posible del el lugar en donde me encontrara, corría de allí sin siquiera pensarlo. Estaba tratando de evitarlo por lo que quedaba de año, pero era ridículo si quiera intentarlo. Estábamos juntos en la preparación del curso preliminar, y no podía renunciar a eso, sería ponerme en la lista negra del profesor Bennett, además, necesitaba esos créditos extra... No sé, a mí me daba gusto tener créditos extra. Era como un seguro de vida, «es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo.»

―Basta, sólo quieres ver a Carter. ―Finnick apareció detrás de mí―. Admítelo.

―Tienes razón. ¿A quién quiero engañar? Quiero ver al bastardo.

Finnick me rodeó como un león hambriento.

―Que bajo te ha hecho caer, June. ―Me estaba hundiendo, mi propio Pepe Grillo me estaba recordando lo patética que soy.

―Lo sé. ―Y yo le estaba dando la razón.

―Pues basta. ―Se paró frente a mí, con su mandíbula apretada y una mirada austera.

―¿Qué? ―pronuncié yo.

―Basta de esto, June ―repitió―. No dejes que te gane, no dejes que te use, no dejes que te mienta ―enumeró todo lo que yo tenía que hacer, contando con sus dedos, como una oradora motivacional.

No sabía que decir. Jamás le hago caso a Finnick por una sola razón: ella es la parte egoísta y superficial en mí. Pero esta vez preocuparme por mí no parecía ser una mala opción. Supongo que jamás te preocupas por proteger tu corazón hasta que ya tiene una grieta. ¿Pero yo era lo suficientemente fuerte como para no dejarme engañar por Carter? Eso tendría que verse.

Ignoré las palabras de Finnick y seguí caminando hasta la puerta de entrada por el camino de grava. Estaba tan nerviosa que mis manos sudaban. Podía sentir mi corazón palpitar como si fuera a salirse de mi pecho. Jamás en la vida me había sentido tan vulnerable ante algo.

Tragué el nudo que se hacía en mi garganta y me atreví a tocar el timbre. Sonó como un timbre normal, común y corriente. «¿Y qué esperabas?» La puerta se abrió, y temí por mi vida. Pero no era Carter, era una pequeña de ―diría yo― diez años. La miré fijamente, y ella también.

―Hola... soy June...

―Dunphy-Darrell-York. ―Tenía una sonrisa infantil muy grande y alegre―. Carter habló de ti, pasa. ―Se hizo a un lado haciendo un ademán.

Yo me quedé paralizada: no sabía qué contestar, no sabía qué hacer. «Pasa, esa es una buena idea.» Pero nada, yo simplemente no podía moverme. Ella soltó una pequeña risa antes de tomar mi mano y tirar de mí para hacerme entrar en la casa. «Vaya, es igual que Carter... tiene que ser su hermana.»

Por un momento me perdí en la casa. Era un acogedor lugar. Las paredes estaban pintadas de un color crema muy bonito. La tapicería era floreada, pero combinaba perfectamente con el color. Había un montón de fotografías familiares en la pared, sobre la chimenea, en los estantes y podía percibir un delicioso olor en el aire: galletas recién orneadas. Parecía la casa de mi abuela, y era totalmente acogedora y familiar.

―Él te está esperando arriba ―me dijo. Yo la miré. Ella sonreía más que el gato de Cheshire.

―Gracias... Eh...

―Grace ―contestó, haciéndome saber que ese era su nombre.

Asentí amablemente, pero no logré moverme.

―¿Quién quiere galletas? ―una voz se oyó desde la cocina y segundos después salió por la puerta adyacente a la pequeña sala una chica pre-adolescente, de tal vez trece o catorce años. Ella me miró con una sonrisa, como si me conociera y no me hubiera visto en mucho tiempo―. Oh por Dios, tú debes ser June. ―Dejó la bandeja con galletas sobre el estante de la chimenea―. Eres tan bonita... Me gusta tu gorro. Bienvenida. ―Juntó sus manos como si estuviera admirado una obra de arte. Sus comentarios me hicieron sentir halagada, pero aun así, no dejaba de preguntarme por qué hablaban como si yo fuera algo más que la compañera de estudio de Carter.

―Oh, pues, gracias ―respondí casualmente.

Ellas aún tenían sus miradas y caras felices en mí. Me intimidaban, esas miradas eran tan intensas como las de Carter. Definitivamente estas chicas eran sus hermanas.

―¿Quieres unas galletes? Son de nueces y avellanas. ―La chica tomó la bandeja de galletas que reposaba donde la había dejado y la extendió hacia mí. Se veían deliciosas, pero yo no debía aceptarlas.

―Me encantaría, huelen tan bien, pero soy alérgica a las nueces ―informé con una mueca de perdón en mi rostro. En realidad esas galletas lucían deliciosas.

―Oh, de acuerdo. ―Dejó la bandeja en las manos de la chica menor―. ¿Te gustan de chocolate? Puedo hacer de chocolate.

―Oh, me gustan, pero...

―¡Genial! Haré de chocolate. ―Sonrió alegre como si fuera navidad y Santa estuviera a punto de llegar. Bueno, yo me sentía como santa Claus en la casa de la bruja de Hansel y Gretel―. Ahora ve, Carter te espera.

«¿Qué va a hacer Carter? ¿Va a azotarme? Si es así lo están encubriendo muy mal, amigas.» Puse mi pie en el primer peldaño, sintiéndome totalmente perdida en aquella casa de locos. ¿Luego qué? ¿Vendría su madre y me ofrecería tomar el té con sus muñecas? Era, sinceramente, escalofriante.

Me giré de nuevo porque, obviamente, no sabía a dónde dirigirme. Ellas seguían allí, mirándome. «Curiosesco, curiosesco», pensé en mi mejor imitación de Alicia en el País de las maravillas.

―Es la última puerta, al fondo. La reconocerías de todos modos ―me dijo la menor.

Asentí y tragué ese nudo que se hizo de nuevo en mi garganta. Volví a poner un pie un peldaño arriba y me empujé a mí misma hacia el primer piso, confiando en que no me encontraría a un conejo blanco a medio camino y dejando a Tweedledee y Tweedledum abajo con sus sonrisas del gato de Cheshire.

TEDDY (vol. I, II y II)Where stories live. Discover now