Timido y un tanto asustado, el niño rubio intentó llamar la atención de los otros niños con su presencia lejaba, pero esto no le otorgó resultados. Caminó un poco más paseándose de aquí para alla, intentando cautivar la vista de los demás infantes, hasta que de a poco se encontró mucho más cerca y volvió a llamarlos con algunos sonidos y gestos que intentaba hacer pasar como naturales.

El único de los chicos que volteó a verlo, fue un pequeño castaño de ojos verde grisáceos con una gran y hermosa sonrisa que hizo sonrojar al rubio, también era curioso, Roger pudo verlo en sus grandes ojos que lo hipnotizaron por completo.

— ¡Chicos! — exclamó él niño entusiasmado llamando a sus compañeros — está aquí el principe — todos hicieron una torpe reverencia como se suponía que los plebeyos debían comportarse frente al personal de realeza y continuaron jugando, sin darle más importancia. Excepto ese curioso castaño. Él continuó viendo al principito con esa sonrisa que pasó a caracterizarlo frente a los ojos celestes del muchachito real.

— Me... Me llamo Roger — habló tímidamente el ojiazul itentando romper el hielo, sintiendose algo incómodo. No era una situación que se le presentaba todos los días.

— Me llamo John — extendió la mano por la reja con confianza, tan sociable como amable. Roger no correspondió, tenía miedo, sabía que hablar con los campesinos era algo malo, retrajo su mano hacia su pecho y continuó mirándolo seriamente — oye, no muerdo — bromeó el castaño para calmarlo, robándole una risa al rubio, quién poco a poco fue tomando confianza y estrechó la mano con John.

Al sentir la mano de John, Roger juró que ninguna otra mano tendría jamás esa suavidad... Ni siquiera el terciopelo más lujoso poseía los dotes tan magníficos al tacto que tenía la manito del campesino.

No emitieron ningún ruido, solo se miraron, había curiosidad a través de sus miradas, tenían ganas de conocer al otro y forjar una amistad, se sentían atraídos al contrario por alguna razón.

— ¿Quieres pasar? — preguntó Roger por fin.

— Sería un honor — volví a hacer la reverencia, conservando siempre la educación con la que había sido criado.

Ambos rieron inocentes y el principe abrió un poco la reja, lo sificiente para que el otro niño pudiera pasar. Volvieron a mirarse y a sonreír. Ya no se encontraban separados por un portón de metal, y eso les agradaba a ambos en demasía.

— Ven, quiero mostrarte algo — Taylor no tardó tiempo en agarrarle confianza, por fin tenía a alguien con quién compartir aventuras y fantasías. Por fin alguien podría ayudarlo con esa casita que estaba armando en su amado bosque. Por fin alguien sería su amigo.

— Te llevaré a un lugar mágico — dijo el rubio regalándole una sonrisa sincera y llena de alegría.

— ¿Hacen magia en el castillo? — preguntó asombrado John mirando el gran edificio a su izquierda, desde el otro lado no había notado la enormidad de aquellas instalaciones. Roger rio ante el comentario.

— Claro que no. Tenemos un bosque encantado — tomó la mano del otro niño y comenzaron a correr por el pastizal hasta llegar a la entrada del bosque.

— ¿No te da miedo? — John estaba algo inseguro, jamás se había metido en un bosque, su madre decía que era peligroso, y a pesar de su curiosidad, el miedo podía con él.

— Claro que no, voy todo el tiempo, ven te enseñaré algo... Confía en mi — ante las últimas palabras John se vió totalmente convencido; Taylor volvió a tirar de su mano y ambos se adentraron entre los grandes árboles y el espesor del bosque.

Corrieron mientras soltaban pequeñas risas, tomaban velocidad corriendo lo más rápido que podían y luego frenaban a tomar aire. Esto se repitió hasta llegar a la esperada casita que Roger aún estaba armando.

— ¿Que es esto? — preguntó el castaño echándole un vistazo entre la respiración entrecortada por el gran esfuerzo físico.

— Es mi refugio, aún está en construcción — respondió con desánimo, le entristecia tener el proyecto tan abandonado, pero no era culpa suya.

— Puedo ayudarte a terminarla si quieres — caminó y agarró una de las maderas que estaba tirada en el suelo para sin dudarlo, poner manos a la obra.

— ¿De veritas? — hizo un puchero que desarmó al castaño.

— De veritas, de veritas — los ojitos celestes se tornaron más brillantes que el cielo.

Rieron tiernos y comenzaron a buscar las cosas necesarias, Roger ya tenía las herramientas en el lugar así que se pusieron a construir y corregir algunas cosas e imperfecciones.

Estuvieron mucho tiempo allí, más de lo esperado, ninguno de los padres de Roger sabía de la presencia de ese chico en el castillo. Roger no llegó a la hora que su madre le había dicho puesto que los minutos pasaban a la velocidad de la luz y él ni siquiera lo notaba, lo cual era extraño, él siempre era puntual y obediente.

La casita estaba casi terminada, solo faltaban algunas cosas, pero los niños estaban exhaustos, tirados en el suelo observando las copas de los árboles y como estas se movían con la brisa cálida caracteristica del verano consumidor, creando hermosos ruidos con el choque de sus hojas.

John volteó al costado encontrándose con Roger. Quien al notar la mirada sobre él, giró también uniendo sus miradas, conectándose.

— Quizás pueda volver mañana y podremos terminarla — se sentó en el lugar — ahora debo volver a casa.

Ambos se pusieron de pie desgandos aunque felices porque volverían a verse. Roger no quería dejar ir a John, pero él también tenía que entrar, se había excedido del tiempo, sus padres estarian furiosos cuando él entrase.

— Ven, te acompañaré a la puerta — ofreció para pasar unos segundos más con su nuevo amigo.

Caminaron y al llegar se despidieron con un abrazo tímido pero repleto de sensaciones. Roger pudo sentir el delicioso aroma que emanaba del cuerpo del mayor, al igual que John el de Roger. Ambos olores se tatuaron en las almas correspondientes.

Sin perder más tiempo, se despidieron y prometieron volver a verse al siguiente día.

El príncipe TaylorWhere stories live. Discover now