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Dilailah Gin

"No va a pasar nada", me repito una y otra vez mentalmente. Es lunes, siete de la mañana. Dentro de una hora y media empezaban las clases o mejor dicho el infierno. Yo era la nueva, la que no encajaba y solo de pensar en si me aceptarían o simplemente si ellos estarían a lo suyo dejándome a mi, en mí mundo me revolvía las tripas. Mientras intento que esos pensamientos desaparezcan me meto en la ducha, al terminar me quedo delante del armario media hora pensando en que ponerme. Opto por un chándal negro, una camiseta negra de tirantes y una sudadera de cremallera, negra, como no. Me dirijo al baño para intentar domar un poco mi pelo castaño, rebelde y largo. Algún día me lo cortaré sin penas. Cuando bajo, mi tía está esperando en el salón, yo me dirijo a la cocina. Es muy espaciosa como todo en esta casa. La encimera es beige mientas que la isla junto con los muebles son blancos, solo se salvaban del color blanco algunos detalles beiges o marrones. Encima de esta hay una tostada y un vaso de leche con cola cao, me encantaría que me gustara el café pero solo de olerlo me entran arcadas.

—Dilailah, que pronto.— Escucho la voz de mi tía que procede del salón.

—Si bueno, es que no he podido dormir bien— y antes de que entre en pánico, corrijo—bueno ya sabes, volver a la ciudad, instituto nuevo... los nervios, que me están matando.

—Cielo, ya verás como todo va a ir bien.—Me manda una sonrisa esperanzada. Yo solo asiento levantando un poco la comisura de mis labios. Cuando termino de desayunar vuelvo a subir las escaleras y me lavo los dientes. Finalizo mi salud bucal y bajo de nuevo desplomándome en el sofá matando el tiempo.

—¡Son las ocho!— Grita mi tía desde la puerta de casa, me levanto y me dirijo hacia ella, cojo mi mochila y nos vamos en un taxi.

—¿Por qué no quieres que vaya en el autobús?— Le pregunto a Anne mirando por la ventanilla.

—Porque hasta que encuentre trabajo voy a aprovechar todo el tiempo que pueda.— La miro arrugando la frente, pero ella solo sonríe con orgullo.

—Muy bien señoritas, ya hemos llegado.— Nos avisa el conductor. Salimos las dos del coche. Tenemos delante de nuestro ojos la puerta del instituto. El miedo corre por mis venas, no tengo un buen presentimiento, pero no puedo hacer nada, me ha tocado esto.

—Anne, ¿qué vas a hacer tú?

—Voy  a dar una vuelta y luego iré a casa.

—Ojo no te pierdas.— Le digo pícara.

—Ya te gustaría— y me guiña un ojo— anda entra ya, suerte.

Con toda la apatía del mundo me despido y entro al centro. "Suerte" y tanto que la voy a necesitar me dice mi subconsciente.

Me encuentro en la planta baja, a la derecha esta secretaría. Me acerco a preguntar a que clase tengo que ir y cuando me da las explicaciones subo unas escaleras que yacían a la izquierda. Termino de subirlas y me dirijo a la clase. Una vez estoy delante de la puerta, estiro el brazo para abrirla aunque me quedo treinta segundos paralizada, mis latidos van a 180 pulsaciones. Dejo de pensar y cuando voy a abrir la puerta, esta se abre antes. Una chica sale con tanta velocidad que no se da cuenta ni de mi presencia.

—¿Dilailah Gin?— Pregunta un señor de mediana edad, canoso.

—Eh, sí, soy yo.— Respondo tímida.

—Venga entre.— Dice el señor regalándome una sonrisa de bienvenida. Cierro los ojos, suspiro y pongo un pie dentro de la clase, cuando los abro sigo hacia delante y me posiciono al lado de él.

—Soy Henry Relish  y como bien sabrá, para su suerte o su desgracia voy a ser su profesor de historia.— Me dice con tono amigable. Yo me limito a darle una falsa sonrisa no notoria.

Lienzo blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora