Su cambio de actitud y su evidente malhumor eran demasiado obvios.

En este maldito pueblo nunca pasaba nada, pero cuando pasaba de seguro como la mierda que los hermanos del infierno tenían que ver en ello... y eso involucraba a Aiden.

La vida de una porrista no solo eran brillos, una minifalda y agitar pompones. Pasábamos horas arreglándonos, entrenando, rompiéndonos ligamentos y siendo —muchas de nosotras— atletas infravaloradas. Las acróbatas y voladoras podíamos hacer lo mismo que cualquier otra gimnasta; la mayoría lo habíamos sido en algún momento de nuestra vida. Por desgracia, habíamos comenzado como chicas bonitas que animaban los juegos y nos habíamos visto reducidas a ser sexualizadas con atuendos pequeños y baile de twerk.

Nos llenábamos los párpados de brillo, labial rojo y nos hacíamos crepé en el cabello para completar un atuendo que a los ojos de todos nos definiría socialmente.

En nuestro escuadrón de treinta, veinte chicas; era innegable que había miembros talentosos: como Vicky, que a pesar de parecer tener un maní en el cerebro hacia los mejores mortales que había visto en mi vida.

Unos jadeos eufóricos se escucharon en los vestidores llamando mi atención. Aparté la mirada del espejo y volteé a ver lo que pasaba.

Nuestro vestuario se estaba llenando de testosterona. Se supone que no estaba permitido que los chicos entraran a los vestidores femeninos, pero ahí estaban, invadiendo nuestro territorio.

Muchas de mis compañeras seguían semidesnudas y ellos tampoco estaban en un estado más presentable, con sus pantalones de maya desabrochados, algunos sin camiseta o con los protectores sin colocar.

El primero en aparecer en mi campo de visión fue Félix, quien como siempre, fue a comerle la boca a su novia Sidney, haciéndole a todos colocar una mueca de asco en el rostro.

—¿Lista para la fiesta de más tarde, dulzura? —interrumpió una voz masculina, a mi lado.

Cuando volteé pude ver a algún jugador grande, tal vez defensa, dirigiéndose hacia a mí, pero como no estaba segura decidí preguntarle:

—¿Me hablas a mí?

Escuché a alguien aclararse la garganta, claramente para llamar la atención del jugador desconocido.

—Sí, sí está lista. Pero eso no te incumbe Jones. —Alcé una ceja en reconocimiento, porque sabía que esa voz pertenecía a Aiden, solo que no me había esperado que irrumpiera en el camerino como habían hecho sus otros compañeros de equipo.

—Está bien, capitán. Le daré los honores, pero solo por esta vez. —El jugador grande se encogió de hombros, aceptando su derrota.

Aiden le sonrió con superioridad y luego rio. Las chicas suspiraron a su alrededor, para cualquiera que no estuviera familiarizado con él, su gesto hubiese parecido hermoso y genuino, pero yo podía reconocer su falsedad y como estaba metido en un nuevo papel que no le quedaba para nada.

Detrás de Aiden, apareció Riven, en un estado muy similar al de sus compañeros, con su uniforme desaliñado y su típica expresión somnolienta y aburrida. Por un momento intente hacer contacto con él, pero evitó mi mirada, al igual que la Aiden.

Ambos me habían estado ignorando los días anteriores. ¿Qué diablos pasa con ellos? Hace apenas dos días atrás me había tratado casi como solía hacerlo antes, incluso me había mostrado el jodido tatuaje de su brazo, tatuaje que tenía que ver conmigo, y Ahora, estaba ignorando como si no pudiera verme a la cara.

La ovación del público encima de nosotros, hizo temblar las paredes Ese era el indicativo de que estaba por comenzar el juego.

—Mierda —murmuré para mí misma.

Mátame Sanamente Where stories live. Discover now