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—Deja de mirar esas fotografías —dice alguien frente a mí. Me quita de mis pensamientos como con una bofetada rápida y seca. Alzo la vista y me encuentro con ella; la única persona que ha logrado contenerme en todo este tiempo en que las cosas se fueron al demonio.

Denise.

Entre mis manos sólo se encuentran trozos arrancados de periódicos. Miles de periódicos. Fotografías exactas de momentos sumamente importantes para todo el país, al parecer. Pero no para mí. Para mí son solo...

—Han pasado veinte años —me recuerda.

«Y ellos tienen veinte años, y en ocho meses cumplirán veintiún».

Es todo tan infinitamente paradójico que no puedo ni pensar que me encuentro en un error. ¿Soy la única que nota todas esas incongruencias? ¿Soy la única que ve en el número ocho un mensaje divino?

Señalo, como si eso probara algo, el número de página de las fotografías. No son todas, pero sólo en una el número de página es el número ocho.

—Ocho —digo, y ella me observa como si mi cara no tuviera el mínimo sentido. Y es que yo estoy muy perturbada.

—Sí, ocho —repite con obviedad, volviendo a la cocina para buscar una botella de cerveza, de nuevo. Era impresionante lo mucho que consume sin verse afectada ni en lo más mínimo. Ella tiene el don de jamás embriagarse. Por mi parte, yo estoy embriagada, afectada o como en un efecto maniático de alguna píldora, desde aquel día—. ¿Ya puedes irte olvidando de eso? Veinte años... Sara. Veinte años.

—Están en todas partes —murmuro.

—No. No lo están. Te lo crees porque... —ella toma asiento frente a mí, en la mesita de la cocina que se parece mucho a aquella mesita, y me observa. Sus ojos oscuros se dotan de una profundidad que mis ojos celestes jamás podrán tener—. Porque creo que, desde que te pasó, has hecho que tu vida gire en torno a eso. Sin esto no eres nada.

—No es eso —hablo, pero ella niega con la cabeza, anulando por completo mi capacidad de hablar.

—¿Sabes qué debes hacer? Debes ir a terapia.

—Ya... ya he ido a terapia.

—Pero no te funcionó. Mira, quizás el psicoanálisis no es lo tuyo. Busca a un cognitivo conductual o... O pregunta a una de tus amigas, de esas que trabajan contigo en el Instituto de los niños raros.

—Especiales —replico, apretando los dientes. Denise siempre se olvida de utilizar la terminología correcta.

—Sí, sí. Eso. Busca auxilio allí —dice, medio mirando mi cara, medio mirando la tele encendida—. Estoy segura de que podrán darte una mano con eso. Quizás hasta te den un descuento porque te conocen.

Denise capta la hora en el reloj colgado a treinta centímetros sobre el plasma. Es la rutina diaria, tan agoniosa, en la que siempre me deja sola porque debe correr al trabajo.

El silencio abrupto, después de que depositaba un beso en mejilla, se relativiza con el sonido enlatado de la tv.

—Debo irme —dice, y me doy cuenta que llevo imaginando su partida, aunque ella aún está conmigo. Asiento, porque ya es evidente que no puedo retenerla y ella se marcha tras dibujar una media sonrisa en sus labios y marcharse.

Nadie me dará un descuento en la Escuela Para Niños Especiales, por muchas razones, pero la principal era que yo había renunciado allí de la peor forma. Después del secuestro, después de los niños de ocho meses, después de que me alejé del auto lentamente...

Pero allí no terminó.

Esta es una parte que no le conté a nadie y que solo tú sabrás de esta historia, pero necesito que por favor lo mantengas en secreto porque podría costarme la vida. Y si las cosas van más allá, podría costarle la vida a Denise también, y no puedo permitirme involucrar a mi mejor amiga en todo esto.

Así que continuaré.

MACABRO ©حيث تعيش القصص. اكتشف الآن