Ya oculta en el armario, me aferré a mi mochila del instituto lo más fuerte que pude, casi como si mi vida dependiera de ello. Mi cuerpo temblaba, haciendo que en el acto las lágrimas se cayeran por mi rostro con una rapidez casi insostenible.

No podía parar de llorar por más que le gritara a mi cabeza que le dijera mi cuerpo que parara.

En un acto descuidado me coloqué en posición fetal, intentando regular los latidos de mi corazón que amenazaba con estallar en cualquier momento.

En el proceso decidí buscar mi teléfono celular, oculto en el bolsillo de mi mochila, para así poder verificar la hora. Desde mi llegada habían transcurrido exactamente tres horas y diecisiete minutos.

Había un mensaje en la bandeja de entrada que me desconcertó por completo, porque era un mensaje de la última persona de la que esperaría uno; mi madre.

«Feliz cumpleaños, no tengo mucho que decir excepto que lo siento. No me he olvidado de ti, aunque sé que no he sido la mejor madre estos últimos años. Sé con seguridad que cuando seas una adulta podrás entenderlo y que mi sacrificio habrá valido la pena. El éxito requiere de un gran sacrificio y yo me estoy sacrificando. Necesitan a alguien que luche por ellos... Con amor, mamá».

Sus palabras hicieron que me diera cuenta de lo sola que realmente estaba en el mundo. Sola, sin tener a alguien a quien recurrir; alguien que escuchara mis lamentos y viera mis lágrimas; alguien para contarle que no estaba cagada de miedo por haber visto cosas que nadie debería ver a tan corta edad o siquiera en la vida; alguien que... me amara.

Pero a pesar de todo eso no podía sentir furia ni rabia al leer sus palabras, solo una profunda tristeza por su egoísmo. ¿Quién debía sacrificarse por su carrera en la política?, ¿yo?, había sido el cordero de sacrificio de aquella mujer desde que tenía uso de razón.

Creía en un principio que tenía una madre, que siempre sería parte de mi vida y podía contar con ella para todo; era lo mínimo que un hijo podía esperar de su madre, pero nunca había sido así. No tenía a nada ni a nadie, excepto por Aiden.

Y fue en ese instante cuando me metí entre ceja y ceja que no podía arriesgarme a perder lo único que en verdad me pertenecía.

A la única persona que no me veía como un estorbo o como moneda de cambio.

Me debatía entre lo que acababa de ver, lo que estaba bien, mi miedo a perderlo y el no tener a la persona que siempre había estado a mi lado.

¿Cuándo había sido ella una madre real? Nunca. Pero podía decir con seguridad que Aiden era alguien real. Alguien tangible.

Alguien a quien no podía perder pasara lo que pasara.

Mi vida era una jodida farsa y lo único real y sincero era él.

No me importaba lo que había hecho. No me importaba el ver cómo había volado el cráneo de aquel hombre sin titubear, tampoco me importaba que su vida fuera una incógnita sin resolver para mí; un misterio turbio y perverso. Lo que me importaba era como se encontraba.

Lo que acababa de ver, por muy traumante que fuera, y por más que pernoctara para siempre en mi memoria, nunca cambiaría lo que él representaba para mí.

La confianza se tardaba años en ganar y se podía perder en un segundo, pero yo me consideraba más inteligente que eso, porque antes estaba ciega y aquel suceso me había quitado la venda de los ojos.

No iba a ser esta vez el cordero de sacrificio; sería la jodida reina del tablero. Si tienes el medio para sobrevivir, úsalo, por más sucios que sean tus trucos.

Mátame Sanamente Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon