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-Siento llegar tarde. Tuvimos problemas en la oficina de China. -dijo Richard Gilmore al entrar en el comedor, donde su esposa, hija y nietas le esperaban para la cena semanal de los viernes. -Pero bueno, ¿de qué me perdí?
-Yo estaba siendo insoportable y ahora soy una comediante judía. -le contestó Lorelai cuando el hombre tomó asiento en su usual lugar en la cabecera de la mesa.
-Bien, continua.
-Gracias. ¿Por dónde iba? -habló Emily Gilmore, quien lideraba la conversación antes de la intromisión de su esposo.
-Ah, Joseph Stanford viene mañana. -le recordó Rory, hablando del abogado de sus abuelos y padre de una rara chica de quien era amiga Lorelai en la niñez.
-Cierto. Así que, Olive, Rory, su abuelo y yo pensamos que, después de cenar, sería bueno que recorrieran la casa y elijan lo que les agrade para dejarles en nuestro testamento.
-¿Qué? -murmuró Olive sin aire.
-Echen un vistazo al escritorio de mi oficina. Es de la época georgiana, una pieza muy fina. -habló Richard, sonriendo, sin haber escuchado las palabras de su neta.
-¿Por qué nunca traigo la grabadora a estas cenas? -habló Lorelai en voz baja.
-Bueno, lo que quieran dejarnos estará bien. -dijo Rory a su abuela, sintiendo la incomodidad invadirla por el tema de la muerte de sus abuelos.
-Tonterías. Tendrán lo que les guste. -Emily sonrió. -Hagan el recorrido y cuando vean algo que les guste, péguenle una notita.
-Que bien. Ustedes dos han alcanzado un nivel de rareza que hasta yo estoy sorprendida. -comentó Lorelai.
-Tú también puedes escoger algo. -gruñó Emily, empezando a irritarse por la actitud de su hija.
-Bueno, ahora es menos espeluznante.
-¿Oíste eso, Richard? -se dirigió al hombre del otro lado de la mesa. -Según parece, somos espeluznantes.
-Sí bueno, se aprende de los errores. -dio fin a la conversación su esposo, tomando un sorbo del té que tenía en la mesa.
La atención de los Gilmore en la mesa se vio dirigida a la llegada de una de las empleadas del hogar que traía consigo el postre. Pudín de chocolate.
