[Capítulo 6]

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Un par de días habían pasado de manera similar para Horacio, solo en su habitación, afligido dando vueltas a sus desconsolados recuerdos, y plenamente consciente de que no saldría de allí con vida, pues había oído los planes de aquellos hombres. Se hallaba resignado, casi como muerto en vida, esperando el momento en que llegaran a buscarle para acabar con él. Ya a esas alturas poco le importaba, se vio tan envuelto en pensamientos oscuros y negativos que casi lo veía como un favor.

Así fue como aquella mañana su puerta fue abierta con un fuerte golpe por los tres hombres, haciendo que su ritmo cardiaco se acelerase estrepitosamente, aterrado vio cómo con suma violencia le desataban y lo agarraban con ímpetu. El día finalmente había llegado, sus piernas temblaban sintiéndose completamente débil, adolorido sentía cómo aquellas maliciosas manos apretaban sus músculos con brutalidad, simplemente cerró sus ojos y se dejó llevar.

Con los ojos completamente tapados vivió aquel viaje, era llevado en una camioneta hasta un paraje desconocido. Su congoja apretaba el pecho causándole dolor, no era así como imaginaba sus últimos momentos de vida. Notaba el ambiente pesado, sin ser capaz de ver absolutamente nada. Estaban envueltos todos en nervios y preocupación. El sonido de las llantas dejaba a su imaginación que volvían a entrar por un camino de tierra. Y claro, probablemente tenía sentido ser torturado hasta no poseer vida en un espacio donde nadie escuchase sus gritos de auxilio.

Una vez el vehículo se detuvo, sintió su pronto desmayo, siendo llevado hasta el interior del lugar. Allí, con su mente dando vueltas, avanzó ciegamente siendo guiado, oyendo los decididos pasos del resto de hombres. Los latidos de su corazón comenzaban a resonar con mayor poder en su oído, ensordeciendo cada ruido a su alrededor. Eso, hasta que inesperadamente para Horacio, la venda de sus ojos fue removida, encontrando frente a él algo totalmente inesperado.

Se encontraban en un aposento de ínfimo tamaño, era aún más pequeño que el lugar donde estaban antes. Aun estando inquieto y aterrado, fue llevado a lo que parecía ser la única habitación, viendo por fin, después de días, a Volkov. Sin embargo, no fue de la manera que esperaba, pues pensó que le vería ya de pie, listo para acabar con su vida como el objeto desechable que le habían demostrado ser.

Lo que había frente a sus ojos le dejó igualmente nervioso y confundido. La habitación tenía dos camas, y una de ellas estaba siendo ocupada por aquel jefe de la mafia. Éste se veía demacrado, débil, con una apariencia casi fantasmal. —Nos están buscando— comenzó a explicar uno de los hombres detrás del doctor —Pero el jefe ha empeorado, ya no tiene apetito y acusa sentir dolor por todo su cuerpo— Horacio se volteó para atender a la explicación de dicho hombre atentamente.

—Nosotros debemos volver a la ciudad para despistarlos— espetó un segundo hombre, acercando su rostro para murmurar amenazante —quedas a cargo de cuidar al jefe, como le pase algo...— el de cresta asintió, no quería oír eso de su boca.

Se quedó de pie, estático por los nervios, tenía todos los ojos encima mientras seguía tratando de comprender qué ocurría. Creyó que acabarían con él, no que le dejarían abandonado en una choza diminuta compartiendo habitación con quien le había usado y dañado. —¿Qué esperas? Revísalo— gruñó uno de los hombres. Tragó con dificultad y se movió hacia la cama del ruso, quien ni siquiera le miraba. Horacio comenzó a palpar con cuidado, en busca de respuestas respecto a su estado de salud.

—¿Te duele si presiono aquí? — preguntó bajito, —eh...si— una respuesta insegura fue soltada por el peligris. Extrañado con la actitud, el moreno continuó palpando, pero en zonas aleatorias, siendo siempre la misma respuesta que poco convencía al doctor. —mmm...entiendo— y no, no era así, se sentía perdido y confundido, ¿De verdad aquel ruso de dos metros estaba fingiendo su dolencia? Y de ser así ¿Por qué lo haría? ¿Qué ganaba con eso? Si hace tan solo un par de días ni le quería ver.

Aún algo mareado con la situación, sentenció que el jefe requería con urgencia reposo absoluto, asegurando que le tendría en constante vigilancia, y cómo no, si bajo aquel techo se vio obligado a compartir habitación con él. Antes de que los tres hombres se retiraran del lugar para dejarles completamente solos, uno de ellos le susurró venenosamente —Tienes suerte crestitas... de lo contrario ya estarías nadando con los peces bajo el mar— No podía ser más surrealista todo. 

Volkacio AU - Healing ScarsWhere stories live. Discover now