[Capítulo 3]

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El de cresta asintió lentamente, sus ojos cargaban un curioso brillo —Viktor...— saboreaba aquel poderoso nombre con suavidad, sintiendo algo en su interior quemarle de emoción ante la muestra de confianza que había mostrado aquel sicario con él. La puerta se abrió de golpe, sobresaltando a ambos y haciendo que Horacio alejase aquella mano que tenía posada sobre la del ruso. —¿Ya terminaste crestitas? Para que vuelvas a tu habitación— espetó inexpresivamente uno de los hombres.

El recién nombrado volteó su rostro hacia Volkov, casi buscando ayuda de éste, no quería volver a aquella habitación donde probablemente le tendrían horas atado contra su voluntad hasta el próximo chequeo médico del "jefe".

—¿Tú eres imbécil? ¿No ves que aún está inspeccionando mis heridas y debe ponerme las vendas nuevamente? — Masculló el peligris. Su mirada despiadada y voz filosa hizo a Horacio palidecer. Hasta ahora le había visto como un vulnerable hombre herido. Sin embargo, acababa de presenciar al poderoso mafioso frente a sí. Quien estaba en la entrada se deshizo en disculpas, aterrado prometiendo no volver a molestar, y cerrando la puerta despacio. Estaban solos nuevamente.

El moreno posó su mirada en los puntos que había zurcido el día anterior, evitando todo contacto visual con el ruso. Su corazón latía desbocado del pavor que estaba sintiendo tras oírle hablar de forma tan implacable. —¿T-te duele? — balbuceó nervioso, rozando sus dedos alrededor de la herida cosida. Hubo un silencio total. Suspirando, elevó la mirada hasta que la suya se encontró con la de aquel sicario, quien parecía haberle estado esperando para hablar.

—No planeo hacerte daño— murmuró con aquella profunda voz y tosco acento, haciendo que para el moreno faltara el aire en aquella habitación de forma repentina. La mirada de Horacio se dirigió al suelo, diversos pensamientos cruzaron su mente, su respiración irregular le estaba ahogando. Sin sentirse capaz de expresar palabra alguna, tomó unas gasas y, humedeciendo las heridas con suero, comenzó a limpiar sus heridas. Exhalando apacible, Volkov se recostó callado en su lecho, dejándole hacer su trabajo. Inexpresivo, en el fondo comenzaba a acostumbrarse a aquel cálido y dulce toque del doctor sobre su sensible piel, se sentía embriagado en su suavidad.

—¿Le molesta si quito uno de los tablones de su ventana? Necesito más luz— Preguntó Horacio inseguro, sacándole de sus cavilaciones. Su respuesta fue un titubeante "Claro, no hay problema" pues le había pillado despistado. Rogando para sí mismo no estar demasiado expuesto sin aquella improvisada protección que intentaba impedir ser encontrados dentro de aquella casita en medio de la nada, pero ya era algo tarde para retractarse de haber aceptado.

El de cresta ya estaba de pie junto a la ventana, forzando un tablón hasta que consiguió quitarlo, —Lo pondré de vuelta una vez termine...c prometió, distrayéndose de inmediato con las vistas —wow...esto es precioso— sus ojos brillaban tiernamente, mientras observaba la vegetación que rodeaba aquella cabaña, abrió como pudo la ventana, dejando entrar aire fresco junto al hermoso cantar de pequeños pajaritos que por allí rondaban.

Volvió sonriente a su asiento junto al ruso, continuando con su tarea. Aquel mafioso se hallaba sorprendido al notar lo feliz que era el moreno con detalles tan tontos y pequeños como ver los árboles de afuera o escuchar las aves.

Una vez terminó el doctor de tratar cada una de sus heridas, vio su sonrisa desaparecer, mirando nuevamente al suelo mientras soltaba un frustrado suspiro. Y ya lo sabía, una vez saliendo de aquella habitación, sería llevado a la suya, donde estaría solo y amarrado por el resto de la tarde. En silencio se levantó, buscando el tablón de madera para colocarlo en su lugar y dejar todo como estaba, pero fue interrumpido por el ruso, quien, aclarando su garganta llamó su atención.

­—Si gusta, puede quedarse acá por más tiempo, no tengo problema— Los ojos de Horacio se abrieron de par en par, igualmente sorprendido y agradecido. Éste corrió hasta donde el ruso, sentándole en la cama para permitirle ver el paisaje junto a él.

Volkov, en silencio disfrutaba de su compañía y de los comentarios inesperados que aquel doctor soltaba, notando cómo ambos comenzaban a sentirse en confianza junto al otro. Aquella larga conversación fluyó a lo largo de la tarde. El ruso veía a Horacio sonreír contento y tranquilo, inundándole de una extraña y amarga sensación de forma repentina, pues no sabía si aquel doctor saldría con vida una vez él mejorase, sobretodo si se enteraban de que le había dicho su nombre.

Volkacio AU - Healing ScarsWhere stories live. Discover now