Como si nos hubiéramos amado 2

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¡Bonjour!

¡Buena lectura!

Casi media hora después, el doctor Leonel Ibáñez llamó al marido de María SanRomán Fernández.

Extrañado al notar que nadie se acercaba, Esteban acudió al llamado, intrigado.

- ¿Es usted su marido? -preguntó Leonel.

- ¿La señora SanRomán Fernández? -replicó con otra incógnita.

-Sí -afirmó mirando la carpeta con el registro- la señora María SanRomán.

-No creo que se trate de la misma -dijo extrañado- hace media hora traje a una mujer que me encontré en la carreta. Es delgada, no tiene buen aspecto...

-Estamos hablando de la misma persona -lo interrumpió- acompañeme a mi oficina, por favor.

Sorprendido y extrañado, Esteban caminó tras el médico. Una vez dentro de la oficina, cerraron la puerta y tomaron asiento.

- Específicamente, señor... ¿Qué es esa niña de usted? -pidió saber.

-Ya le dije, la encontré en la calle -explicó- ella se me atravesó en el camino, casi la atropello. Luego salió corriendo y otro auto la rozó lanzándola al pavimento, yo la ayudé, trayendo hasta aquí. Tengo seguro y creí que iba a ser mejor.

-Bueno, la niña, porque aún es menor de edad -enfatizó- tiene 17 años y dice ser su esposa. La examinamos y a parte de los golpes del acidente, tiene otros más de ya hace tiempo, está claramente desnutrido, tiene indicios de haber sufrido uno o varios intentos de violación y para coronar el pastel, está ciega.

-Dios...

-Yo le creo, señor SanRomán. Es evidente que una vez que le pregunté a María en dónde se encuentra su familia y le advertí que denunciaría su caso, se defendió pensando que al mentir, yo la dejaría ir con usted cómo si nada.

-Oh, no -levantó las manos espantado- yo ya cumplí con mi deber. Si quiere denunciar algo, yo puedo testificar, pero más nada. Yo no la conozco y no quiero problemas. No los necesito.

-Comprendo y está en su derecho -se puso de pie indicando la salida- puede marcharse si gusta, nosotros nos encargaremos de ella. Ahora vamos a derivarla a una habitación para tenerla en observación por esta noche, es todo lo que cubre con su seguro.

Pero al salir de la oficina, vio como la trasladaban por el pasillo. María lloraba mientras se agarraba fuertemente de la camilla. El sentimiento de culpa al intentar de alguna forma abandonarla, no lo dejó marcharse, entonces dijo algo que sorprendió completamente al médico.

-Está bien, me voy a hacer cargo de ella.

-No es necesario...

-Sí, siento que se lo debo -argumentó- voy a cuidar de ella por esta noche. Trataré de no saturarla con preguntas, pero intentaré que suelte más información. Esa mujer ha estado sufriendo mucho y no podemos permitir que la sigan dañando.

Leonel se limitó a asentir y se marchó, informando que Esteban era el adulto a cargo de María Fernández, a la vez que aclaró que no había ningún vínculo entre ambos.

Mientras instalaban a María en la sala en la que pasaría la noche, Esteban observaba sin pronunciar palabra alguna. Esperó pacientemente a que los enfermeros terminarán, y una vez que se quedaron completamente solos, decidió hablar.

-Jovencita, eso que hiciste no estuvo nada bien -la reprendió.

- ¡¿Esteban?! -preguntó entusiasmada.

-Soy yo -dijo mientras se acercaba a la cama- ¿Cómo está eso de que eres mi esposa?

-Lo siento, tanto -confesó avergonzada- tuve que mentir para que no me presionen a contactar a mi familia. No quiero volver a casa, me ha costado mucho huir, como para que se encarguen de regresarme a ese infierno.

- Creo que es momento de que me cuentes la historia, niñita.

-¡No quiero! -exclamó tapándose el rostro.

-Aquí no se trata de que quieras o no -recriminó furioso- casi me metes en un gigantesco problema.
¡Yo te he salvado esta noche, por ende, exijo saber y quiero la verdad!

Continuará...

Imaginarios Tekila (Victoria Ruffo y César Évora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora