Capítulo 02

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Mi estómago estuvo revuelto y lleno de nudos durante todo el viaje hacia el instituto Allensdale el lunes por la mañana, puesto que esta no había empezado de la mejor manera. Había soñado nuevamente con mi primer día en el pueblo, y aunque no me molestaba recordar lo sucedido, odiaba haber estado tan cerca de ser humillada por el hijo mayor de los Vaughan. Y ni siquiera sabía por qué me sentía tan nerviosa, hacía mucho había aprendido a controlar mis preocupaciones en situaciones estresantes. Justo como entonces.

De todos modos, ese día sería un día memorable. Lo sabía. Pero seguía sintiéndome tan nerviosa como un tripanofóbico en una habitación llena de agujas. Me desperté aproximadamente una hora antes de lo necesario, lo que significaba que tenía tiempo de prever mi salida.

Vestida con unos pantis polares Marie Claire debajo de una falda verde olivo y una blusa de color blanco con mangas de encaje, me declaré oficialmente lista. Todavía tenía tiempo más que suficiente para caminar desde mi casa hasta donde estaba situado el instituto. Y casi lo logré. Si tal vez no hubiera sido descubierta tratando de escabullirme por una de las ventanas de mi habitación.

Quise llorar. Realmente estuve a nada de hacerlo.

—Dime por favor que no planeabas hacer lo que creo —había reprochado mi madre, tomando mi bolso y colocándolo fuera de mi alcance. Mientras yo me había limitado a encoger los hombros, frunciendo los labios con decepción y soltando una respuesta automática, para luego ser arrastrada a la planta principal y obligada a posar frente a ellos con una sonrisa conscientemente falsa. 

Desde que tenía uso de razón, cada primer día de clases de cada año, mis padres tenían esa extraña tendencia de tomar una foto mía a modo de recuerdo. A decir verdad, ese acto habría sido digno de conservar en mi memoria, si dicha costumbre no hubiera suscitado una posterior cantidad exuberante de problemas más que de las propias alegrías.

Cuando ingresé al jardín de niños, una compañera arrojó goma de mascar a mi cabello. A los ocho, una bicicleta me arrolló y terminé llena de lodo y con una muñeca rota. Cabe aclarar que nadie firmó el bonito yeso que cargué por dos meses. Cuando cumplí doce, Lana "el intento de Whitney Houston" Williams derramó "accidentalmente" pegamento en mi silla, logrando que casi media falda se me quedara pegada en el asiento. A los quince, descubrí mi sujetador rojo cereza en manos del capitán del equipo de hockey después de un entrenamiento. Quizá no hubiera sido tan malo si dicho capitán no hubiera llevado mi sujetador como un trofeo a través de toda la escuela.

O que minutos más tarde no haya posteado en su cuenta de Instagram una foto mía bajo la leyenda "Mamella de monja, Sky y cerezas".

Sin importar como, cada año había transcurrido de la misma manera. Me tomaba la foto, llegaba a la escuela, pasaba mis primeras horas escuchando a los maestros hablar sobre sus miserables días de vacaciones en el condado, y terminaba el día con una de mis tantas —y evidentemente muy peculiares—, experiencias.

Debí haber sido realmente mala en mi otra vida.

Habían pasado algunos minutos desde que el auto de mi padre se había estacionado frente al instituto. Mis palmas sudorosas agarraron con fuerza mi bolso mientras me repetía una y otra vez que necesitaba salir del auto. Iba a llegar varios minutos tarde, pero tan masoquista como era, sabía que prefería recorrer descalza un camino de carbón ígneo e incandescente que entrar a dicho centro. O rodar sobre estiércol. O incluso lanzarme bajo un auto en movimiento.

Y maldición, sabía que sonaba absurdamente desmedido incluso para mí.

Llevábamos demasiado tiempo estacionados ahí, los autos de atrás gritaban fastidiados al no poder avanzar, mamá ya empezaba a impacientarse y yo quería vomitar, o hacerme uno solo con el asiento. Lo que fuera posible. Entonces papá se inclinó hacia un lado, hablando directamente hacia mí.

El secreto de HaileyWhere stories live. Discover now