Capítulo VII

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JongIn cerró la puerta tras él y se dejó caer en el sillón de cuero. Con la vista clavada en su mesa de dibujo, cerró los puños para contener el hormigueo. Ansiaba crear. Se imaginaba los materiales: arenisca y ladrillo. Paneles de cristal y suaves curvas. Por las noches, las imágenes bailoteaban tras sus párpados cerrados y ahí estaba, el dueño de Dreamscape Enterprises, pasando la mayor parte de los días de reunión en reunión. Soltó una maldición entre dientes. Sí, las reuniones del consejo de administración lo irritaban por las estrategias burocráticas y sus propuestas de reducción de gasto.

La mayoría de los miembros del consejo se oponía al proyecto de rehabilitación del río Han, ya que muchos creían que la empresa iría a la quiebra si conseguía el contrato y él era incapaz de acabarlo en los plazos acordados. El consejo tenía razón. Pero él tenía la solución. No pensaba fallar. La fiesta de Junmyeon se celebraría el sábado por la noche y a esas alturas todavía no había concertado una reunión con él.

Hyoshi Komo tampoco lo había llamado. Estaba atrapado en la casilla de salida y lo único que podía hacer era esperar hasta que el italiano moviera ficha y contar las horas que faltaban hasta la fiesta.

Tal vez Junmyeon quisiera verlo moverse en el ámbito social antes de concertar una reunión, al contrario de lo que le había asegurado a KyungSoo.

KyungSoo... Su simple nombre le provocaba un nudo en las entrañas. Lo recordaba en el salón la noche anterior, saltando, gritando y meneando la cabeza con incredulidad después de ganarle una partida de ajedrez. Un hombre adulto que actuaba como un niño. Sin embargo, él se había reído a mandíbula batiente a su lado. De alguna forma, por guapos que fueran siempre sus parejas, su sentido del humor era muy superficial. KyungSoo le provocaba verdaderos ataques de risa floja, como si fuera un adolescente.

Lo llamaron a su número personal y contesto el teléfono.

— ¿Sí?

— ¿Le has echado comida al pez?

JongIn cerró los ojos.

—KyungSoo, estoy trabajando.

Lo escuchó resoplar con muy poca elegancia.

—Y yo. Pero al menos yo me preocupo por el pobre Otto. ¿Le has echado comida?

— ¿Otto?

—Tú insistes en llamarlo «pez» y eso hiere sus sentimientos.

—Los peces no tienen sentimientos. Y sí, le he dado de comer.

—Los peces sí que tienen sentimientos. Y ahora que estamos hablando de Otto, te confieso que me tiene preocupado. Está en el estudio, un lugar que casi siempre está desierto. ¿Por qué no lo trasladamos al salón para que nos vea más a menudo?

JongIn se pasó una mano por la cara y suplicó que no se le agotara la paciencia.

—Porque no quiero que una pecera arruine el efecto de la decoración de una estancia importante. Yixing me regaló ese bicho a modo de broma y fue odio a primera vista.

El silencio que se produjo al otro lado de la línea fue gélido.

—Dan mucha guerra, ¿verdad? Supongo que no te gustan los animales ni las personas. Siento mucho tener que decírtelo, pero hasta los peces se sienten solos. ¿Por qué no le buscamos compañía?

JongIn se enderezó y decidió ponerle fin a la ridícula conversación.

—No. No quiero otro pez y no vamos a cambiarlo de sitio. ¿Te queda claro?

Se escuchó una especie de zumbido.

—Clarísimo.

Y KyungSoo colgó.

MADUCDove le storie prendono vita. Scoprilo ora