Capítulo III

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KyungSoo se removió en el asiento, mientras se prolongaba el silencio reinante en el BMW negro. Su futuro marido parecía igual de incómodo, pero decidió concentrar su energía en su reproductor de MP3. Intentó no hacer una mueca cuando él eligió a Mozart. A JongIn le gustaba la música sin letra. Casi se estremeció al pensar en compartir casa con él. ¡Durante todo un año!

— ¿No tienes nada de Black Eyed Peas? 

Él pareció desconcertado por la pregunta.

— ¿Cómo dices?

Contuvo un gemido.

—Me conformaría con cualquiera de los clásicos: Sinatra, Bennett, Martin...

JongIn guardó silencio.

— ¿Los Eagles? ¿Los Beatles? Por favor, dime que te suena alguno de los nombres.

Vio que él tensaba los hombros.

—Sé quiénes son. ¿Prefieres Beethoven?

—Déjalo.

Se sumieron de nuevo en el silencio, roto únicamente por la música de piano de fondo. KyungSoo sabía que los dos se iban poniendo más nerviosos a medida que se reducían los kilómetros que los separaban de casa de sus padres. Interpretar a una pareja enamorada no sería fácil cuando eran incapaces de mantener una conversación de dos minutos. Decidió intentarlo de nuevo.

—Yixing me ha dicho que tienes un pez.

Ese comentario le valió una mirada gélida.

—Sí.

— ¿Cómo se llama?

—Pez.

Parpadeó al escucharlo.

— ¿Ni siquiera le has puesto nombre?

— ¿He cometido un delito?

— ¿No sabes que los animales tienen sentimientos al igual que las personas?

—No me gustan los animales —adujo él.

— ¿Por qué? ¿Te dan miedo?

—Claro que no.

—Te asustaste de la serpiente que encontramos en el bosque. ¿Recuerdas que no querías acercarte y pusiste excusas para irte?

Tuvo la sensación de que la temperatura descendía unos cuantos grados dentro del coche.

—No me asusté, es que pasaba del bicho. Ya te he dicho que no me gustan los animales.

Resopló, pero después se mantuvo en silencio. Tachó otra cualidad de su lista. La Madre Tierra no daba una. KyungSoo decidió no contarle a su futuro marido lo del refugio de animales. Cuando estaban sobrepasados, siempre se llevaba algunos perros a casa hasta que hubiera plazas libres. El instinto le decía que JongIn pondría el grito en el cielo. Si acaso conseguía reunir la emoción necesaria para perder el control.

La posibilidad lo intrigaba.

— ¿De qué te ríes? —le preguntó él.

—De nada. ¿Recuerdas todo lo que hemos hablado?

JongIn soltó un suspiro hastiado.

—Sí. Hemos repasado a todos los miembros de tu familia en profundidad. Me sé los nombres y sus vidas por encima. Por el amor de Dios, KyungSoo, que jugaba en tu casa cuando éramos pequeños. Gruñó al escucharlo.

—Tú solo venías a buscar las galletas de chocolate de mi madre. Y te encantaba torturarnos a tu hermano y a mí. Además, eso fue hace muchos años. No te has relacionado con ellos durante la última década. —Intentó disimular la amargura con todas sus fuerzas, pero la facilidad con la que JongIn se había desentendido de su pasado sin mirar atrás seguía escociéndole—. Por cierto, no hablas de tus padres. ¿Has hablado con tu padre últimamente?

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