Capítulo II

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JongIn echó un vistazo a su alrededor, satisfecho con el resultado. Su sala de reuniones destilaba un aire profesional, y el ramo de flores frescas que su secretaria había colocado a modo de centro de mesa le confería un toque personal a la mullida moqueta de color vino tinto, a la reluciente madera de cerezo y a los sillones de cuero claro. Los contratos estaban situados con suma precisión, junto a una elegante bandeja de plata con té, café y una selección de pastas. Un ambiente formal, aunque amistoso... tal como quería que fuese el talante de su matrimonio.

Decidió olvidar el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que pensaba en volver a ver a DO KyungSoo. Se preguntó cómo habría madurado. Las anécdotas que le había contado su hermano describían a un hombre impulsivo e imprudente. Al principio, pensó en rechazar la sugerencia de Yixing: KyungSoo no encajaba en la imagen que él necesitaba. Los recuerdos de un niño de espíritu libre con unos ojos grandes y profundos que lo atormentaban con insistencia. Sin embargo, sabía que era el propietario de una respetable librería. Aún pensaba en el como  el compañero de juegos de Yixing, aunque llevara años sin verlo.

Pero se le acababa el tiempo.

Compartían vivencias de un pasado lejano y tenía el presentimiento de que KyungSoo era de fiar. Tal vez no encajara en su imagen de esposo perfecto, pero necesitaba el dinero. Deprisa. Yixing no le había contado el motivo, pero sí le había asegurado que KyungSoo estaba desesperado. Que necesitara dinero le resultaba cómodo, porque dejaba las cosas muy claras. Sin ambigüedades. Sin sueños de establecer una relación íntima entre ellos. Una transacción de negocios formal entre viejos amigos.

Algo soportable para él.

Hizo ademán de pulsar el botón del interfono para hablar con su secretaria, pero la pesada puerta se abrió en ese preciso momento antes de cerrarse con un golpe seco.

Se volvió hacia la puerta.

Unos ojazos negros se clavaron en su cara sin apenas titubear y con una expresión tan clara que le indicó que ese hombre sería incapaz de ganar una partida de póquer: poseía una sinceridad brutal y jamás iría de farol.

Sus ojos contrastaban muchísimo con el negro azabache de su cabello, con una corta melena lacia, cuyo cabello le enmarcaban la cara con una rebeldía que parecía imposible de controlar. Los pómulos marcados destacaban sus voluptuosos labios en forma de corazón. Cuando eran pequeños solía preguntarle si le había picado una abeja y después se echaba a reír.

Aunque al final la broma se había vuelto contra él. Esos labios eran el sueño erótico de cualquier hombre... y sin necesidad de implicar a las abejas. Más bien a la miel. A ser posible, miel cálida y suculenta sobre esos labios carnosos que podría lamer despacio...

«¡Joder!», pensó.

Controló sus pensamientos y terminó con la inspección. Recordó haberlo torturado cuando descubrió que había subido de peso. KyungSoo se sintió muy avergonzado cuando él lo descubrió, de modo que utilizó esa información para hacerle daño.

En ese momento, ya no le hacía gracia. Sus piernas eran tan voluptuosas como sus labios, y encajaban a la perfección con la curva de las caderas. No era tan alto, casi tanto como él. Su apabullante masculinidad iba envuelto en unos vaqueros negros ajustados que resaltaba su trasero y una camisa blanca con una franja negra, el primer botón sin agarrar, que resaltaba su cuello blanquecino y unas hermosas clavículas.

KyungSoo se quedó quieto en la puerta, como si estuviera permitiendo que lo admirase antes de decidirse a hablar. Un poco desconcertado, JongIn intentó recomponerse y se aferró a la profesionalidad para ocultar su reacción.

MADUCWhere stories live. Discover now