Prólogo

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Trece años antes...

— ¡Preparados o no, allá voy! KyungSoo se quitó las manos de los ojos y se dio media vuelta. En el bosque reinaba un silencio sobrenatural, pero percibía que sus amigos estaban cerca. Sin dudar, echó a correr, haciendo que la vegetación y las ramitas crujieran bajo sus zapatos mientras zigzagueaba entre los enormes pinos. Aguzó el oído al escuchar una risilla.

Se dirigió hacia el sonido, pero el eco lo despistó y solo consiguió sorprender a una ardilla que estaba ocupada con una nuez enorme. La fresca sombra lo instaba a adentrarse en la arboleda. Un rápido vistazo al escondite habitual de Yixing le reveló que solo había hojas. KyungSoo ralentizó el paso y estaba a punto de girarse cuando oyó una voz.

—Un poco mayorcito para jugar al escondite, ¿no?

KyungSoo se volvió y fulminó con la mirada al hermano mayor de su mejor amigo.

—Es divertido. —Resopló con desdén. Habían estado muy unidos, hasta que él se despertó un día y decidió de repente que no merecía la pena perder el tiempo con él. Ya nunca le hablaba ni se colaba en su casa para coger galletas de chocolate ni le contaba chistes malos. Parecía que solo le llamaban la atención los chicos mayores, tontos y altos. Claro que, ¿a quién le importaba? Se negaba a seguirlo de un lado para otro como un perrito faldero—. Además, tú no lo entenderías. Nunca quieres jugar con nosotros. ¿Qué haces aquí fuera?

Él se levantó del suelo y se acercó a KyungSoo. Kim JongIn tenía dieciséis años y era un incordio de lo peor. Se reía de todo lo que él hacía y parecía que tenía derecho a jugar a ser Dios porque era dos años mayor. Tenía unas piernas largas y fuertes. El pelo le caía sobre las orejas y por encima de la frente, con una intrigante mezcla de tonos que iban desde el castaño claro al oscuro. Como los cereales que el desayunaba, pensó KyungSoo. Una combinación de arroz, trigo y maíz. Su cara era delgada, de rasgos definidos, con unos carnosos labios que siempre lo había intrigado. Esos ojos de color castaño claro tenían un brillo inteligente y con un asomo de melancolía. KyungSoo conocía esa tristeza. Era lo único que tenían en común. Kim JongIn era un niño rico que se aislaba en su mundo y que parecía no tener amigos. KyungSoo siempre se había preguntado cómo su hermano, Yixing, era tan extrovertido.

—Deberías tener cuidado en el bosque, mocoso. Podrías perderte.

—Me conozco el camino mejor que tú.

Él se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto.

—Seguramente. Deberías haber sido un salvaje en tu otra vida.

Le hirvió la sangre al escucharlo. Apretó los puños a los costados y meneó la cabeza.

—Y tú deberías haber sido una chica. Todo el mundo sabe que no te gusta mancharte las manos, niño bonito.

Un golpe bajo. Que pareció tener efecto, porque se enfadó.

—Deberías aprender a comportarte como un chico de verdad.

— ¿Cómo?

—Deberías arreglarte, comprar ropa. Besar a algún chico.

Jamás había malgastado su valioso dinero en ropa cara. Ya era bastante difícil comprar algo nuevo, ni que decir de algún perfume.

KyungSoo fingió una arcada. —Puaj.

—Seguro que no has besado a nadie.

Detectó el deje burlón de su voz. Casi todos sus amigos, que tenían catorce años, ya habían experimentado sus primeros besos, incluido Yixing, pero en su caso la idea siempre le había revuelto el estómago. Aunque antes muerto que admitirlo delante de JongIn.

MADUCWhere stories live. Discover now