Ocho

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Miré el humeante café y suspiré por décima quinta vez en la última hora. Estaba intentando procesar todo lo que sucedió en la costa, y luego de eso. Llegue a mi casa, solo una hora después de haber partido, ante esa duda, Hefesto (o William), simplemente me respondió que dentro de sus potestades, el tiempo no corría como en el mundo mortal. Para mis adentros, calculaba que habían pasado unas buenas cinco o seis horas, entre mi recuperación y el viaje astral que había tenido.

— Vas a echar mal de ojo a ese café.

La voz de mi madre me sacó del torbellino de pensamientos. Ahí estaba ella, con un delantal de cocina mientras lavaba algunos platos, apoyada en la mesada y secándose las manos con la tela que la protegía del agua.

Ella sabía. Mamá también había sido parte del aluvión de engaños. Una parte conciente me decía que ella solo quería que su bebé viviera, pero otra también me gritaba fuertemente, que sus motivos eran tan egoístas como el de los Olímpicos.

Calista Freire había entregado a una eternidad de esclavitud a su hija, a cambio de dieciocho años de vida juntas.
De pronto ya no quería comer, el desayuno no me parecía atractivo y era la primera vez en diecisiete años, que no tenía hambre.

Moví un poco el café en mi mano, bajo la atenta mirada de mamá. Le di un sorbo, aunque tuviera el estómago cerrado quería mantener la atención en algo.

— Ayer me atacaron. — Hable simplemente, por el rabillo del ojo me di cuenta que quiso acercarse y tocarme, para cerciorarse que estuviera bien

— ¿Quien fue?  — Exclamó sorprendida — ¿Qué te hicieron?

Levante la mirada, no quería perderme la reacción de ella cuando se lo dijera. Era un gusto personal que quería darme.

— Afrodita me apuñaló anoche.

Ella se quedó de piedra. La mano que iba a acariciar mi rostro quedó a medio camino, congelada y estática.

— ¿Quien? — Murmuró tan bajo, que casi no pude oírla

— Afrodita, la Diosa Griega. — Volví a darle otro sorbo a mi café — Estaba enojada porque Ares, su amante, me quería como esclava sexual, o algo así...

Mamá se quitó el delantal y lo dejó sobre la mesa, salió pitando de la cocina hacia la sala. Me levanté y fui detrás de ella, no podía simplemente ignorarme en algo así.
Jamás fui de esas chicas conflictivas, al contrario, era una adolescente bastante simple si me lo proponía. No tenía amigos y no salía con chicos porque me intimidaba mi propio cuerpo.

En Nueva York, tuve una compañera de curso que quedó embarazada solo a los quince años y la familia tuvo que lidiar con dos criaturas para criar. Entonces ella no podía siquiera pensar en dejar pasar la conversación. Fui detrás de ella, mamá estaba sentada en uno de los sillones, con los codos apoyados en sus rodillas y tomándose de la cabeza.

Nunca había visto a mamá así. Ella no era de las personas que se abatían, ni siquiera en los peores momentos o ante las adversidades más feas. Pero ahí estaba, como si el peor huracán le estuviera por arrasar la vida.

Y es que eso mismo estaba apunto de pasar.

— Entiendo que no es algo que le dices a tu hija a la ligera...— Hable rompiendo el incómodo silencio que reinaba en la sala — Pero creo que era algo que tenía merecido saber.

Me crucé de brazos como para mantener el cuerpo firme. Seguramente estaría haciendo todo tipo de cosas con las manos, porque los nervios me estaban comiendo viva y quizás no pudiera tener el control motriz ahora mismo. Ella levantó la vista y me di cuenta que estaba a nada de llorar. Hacia esas mismas caras que yo, frunciendo la nariz y crispando los labios.

Una deuda con Zeus (+16)Where stories live. Discover now