Dos

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Adara



— Entonces, ¿todos acá se conocen?


— Absolutamente todos. — Dijo Aaron apartándose de su helado — Si bien es un lugar taaaaaan concurrido,realmente el pueblo es pequeño


Asentí y seguí con lo mio. Después de recorrer gran parte del pueblo, habíamos parado la carrera en una plaza pequeña, que delimita el borde no dicho entre los locales y los turistas. Pedimos dos helados y charlamos tranquilamente mientras el sol nos derrite el tesoro cremoso que vendian aqui. El helado griegp, bueno, era algo que no tenía punto de comparación. Hacía que el helado de casa tuviera sabor a basura, y realmente no se podía tener poco de él.

Está entre lo que le pedía su cerebro, que era devorar como una cerda ese helado tan delicioso, pedir otro y seguir siendo feliz con esa crema de chocolate y fresa. Pero también quería ser una señorita, no una gorda. Entonces, con todo el dolor de su corazón, tuvo que fingir que estaba llena, que no le gustaba o que simplemente se había cansado de ese manjar.

Sabía en el fondo que estaba siendo una perra consigo misma, pero también sabía que eso era malo para su salud. Si bien, el médico la revisa frecuentemente y le decía que unos pocos kilos menos serían buenos para su salud, en líneas generales, estaba bien. Simplemente era ella no encajando en los estereotipos de belleza, y eso le dolía mucho. Había probado con dietas, gimnasia y hasta pastillas para adelgazar.

Nada servía, al cabo de un tiempo volvía a su forma redondeada, gastando muchísimo dinero en esas soluciones mágicas que no hacían absolutamente nada en ella, solo reforzar su complejo de gorda.


— Ya no quiero, ten. — Dije entregando a Aaron el potecito con la cuchara, a casi medio comer


Aaron me miró extrañado, por primera vez veía un ceño fruncido en su rostro sonriente. Vale, que lo conocía de solo unas horas, pero no había abandonado esa actitud, y sospechaba que era así 24/7.


— No me mires así. — Le dije disimulando — No quiero más.


— No hay una persona en este mundo, mortal o inmortal, que dejé por la mitad este helado. — Agito las manos haciendo énfasis en su punto — Es el mejor del mundo, y no lo digo yo porque lo fabrica mi familia, lo dijo una revista de interés.


Reí un poco, como venía haciendo desde hace horas, cuando salimos con Aaron para dar una vuelta.


— De verdad, está riquísimo y tienes que felicitar a tu familia. Pero me llené.


Aaron acercó demasiado su rostro hacia mí, estrechó los ojos como si me analizará, lo que me causó un poco de gracia viniendo de alguien que podría ser un extraño.


— Hay una razón oculta por la que no quieres comer lo más delicioso que has probado en tu vida. — Dijo y volvió a alejarse — Y habló del helado, no de mí.


Ahora sí que reí a carcajadas.


Una deuda con Zeus (+16)Where stories live. Discover now