28. El heredero de la urna maldita

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Oliver Jackson era demasiado inmaduro como para que sus padres confiaran en él. Se la pasaba de fiesta en fiesta, drogándose y teniendo sexo con el primer chico que se le cruzaba en el camino. Al ser adinerado, tenía acceso ilimitado a esos privilegios. Su familia trataba de frenarlo, pero era imposible; toda la vida había sido criado de ese modo, y ya era muy tarde para despojarlo de sus caprichos.

—¡Tienes que hacer algo con tu vida, Oliver, por Dios! —le reprochaba su madre.

—Algún día lo haré, tranquila, vieja. —El tono que usaba era despreocupado—. Primero quiero disfrutar de mi juventud. —Le picó un ojo, divertido, y se fue.

Oliver escuchaba decir a su madre constantemente que jamás había conocido a una persona tan holgazana. Pero él siempre terminaba riéndose de sus padres, le causaban gracia. Oliver no era una mala persona, y ellos lo sabían, pero aún así, querían que se convirtiera en algo más que un simple chico del montón.

Su padre trató de incursionarlo en el mundo de los negocios. Él era un magnate que manejaba diferentes compañías con sedes en varios países, sin embargo, Oliver no estaba interesado en eso. Le parecía aburrido.

—¿Entonces qué harás cuando ya no estemos? —le dijo su padre—. ¿Vas a dejar que se pierda todo lo que hemos conseguido? ¿Cómo te vas a mantener si ni siquiera sabes manejar tu dinero?

—Ay, tranquilo, papá. —Sonrió mientras le daba una palmada en la espalda—. Ya me las arreglaré. Además, tú y mamá apenas tienen cuarenta. Todavía falta mucho para que mueran.

Su padre bufó.

—No tienes remedio —sentenció, decepcionado.

Oliver jamás imaginó que sus progenitores morirían de la noche a la mañana. Pensó que la muerte aún no tocaría la puerta de su casa. Pero lo hizo.

Sus padres habían viajado en el jet privado hacia una importante reunión de negocios en Brasil. El trayecto no dudaría demasiado, tan solo tres días. Sin embargo, algo salió mal. El motor del aeroplano tenía una falla y el capitán no pudo aterrizar a tiempo.

La noticia se hizo correr por todo el mundo. El señor y la señora Jackson habían fallecido en un trágico accidente aéreo, dejando toda la fortuna a su único hijo; un hijo que a duras penas podía cocinarse algo para sobrevivir por sí mismo.

Oliver asistió al funeral junto a algunos amigos y otra gente que ni siquiera conocía, todos relacionados con sus padres. Se sentía triste, nunca pensó que los perdería estando tan joven, apenas a los veinte años. Y al mismo tiempo le abrumaba pensar en el futuro.

Durante la ceremonia, alguien se le acercó para hablar a solas. Era el abogado de la familia, que traía consigo un mensaje:

—A partir de ahora, heredarás toda la fortuna de tus padres —le dijo—. Pero ellos también me pidieron que te entregara esto en caso de que les ocurriera algo. —El abogado sacó una carta de su traje y se la entregó.

—¿Qué es? —preguntó el joven.

—No lo sé, está sellada y tenía prohibido abrirla. Tus padres querían que la leyeras en privado solo tú.

—Está bien, gracias.

Al finalizar las exequias, Oliver se dirigió a la mansión que ahora le pertenecía. Una vez sentado en el despacho en el que siempre encontraba trabajando a su padre, abrió la carta y empezó a leerla:

«Oliver, si estás leyendo esto, es porque estamos muertos. Esperamos con todo corazón que estés bien. Por favor, cuídate. Te queremos...»

Coronavirus Zombie (completa)Where stories live. Discover now