|XVI: LAPSUS|

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|Lapsus|

El cielo estaba tan gris como solía estar la ceniza debajo de la chimenea luego de que consumiera la madera en los días más profundos de frío, las esparcidas nubes giraban sobre su cuerpo y no sentía su pierna la cual se encontraba atascada debajo de una estatua. La había abandonado luego de ganar el duelo, con el acompañamiento tortuoso del dolor.

— ¡Joder! —Se quejó frustrada, empujando con la poca fuerza que le quedaba el busto hincado a la altura de su fémur.

—Lo siento yo... ¿Desea que la ayude?

Claramente necesitaba ayuda, su frente sangraba hasta cubrir sus ojos y si no quitaba el mármol de su pierna corría el riesgo de perderla, pero aún así contestó;

—No.

El joven jardinero se arrodilló de todas formas, creando un torniquete a la altura de su muslo para evitar alguna hemorragia, se sabía que Derian no solía tener a mano su varita, prefería las plantas medicinales antes que una vara de madera.

—Déjeme decirle que estuvo estupenda-murmuró antes de hacer a un lado la estatua—. La gente pagaría por verlos batirse en duelos.

—Sí, bueno... no gané.

—No es fácil derrotar al señor oscuro, de pequeño anhelaba verlo luchar. Claro que en ese momento causaba mucho más temor...en todos los sentidos.

El desconcierto se apoderó de su rostro adolorido y punzante, tenía tantas preguntas formuladas en su cabeza que se quedaron estancadas en su boca al no saber organizarlas para dejarlas salir.

—Todavía me es imposible de creer que él sea... él.

—¿Cómo es que usted...?

— ¡Bridgerton! —Gritó desde la lejanía, acercándose a paso apresurado para cargarla sobre su hombro y llevarla hacia Eloise. Elevó la mirada desde la altura de su raptor, viendo al joven jardinero despedirse con su mano antes de sacudir sus rodillas empolvadas por los restos de las estatuas—. Han pasado diez minutos desde que la dejé ahí, ¿Por qué no vino de inmediato? —Inquirió con molestia dejándola como trapo sobre la mesa de la cocina.

Se mofo de aquella pregunta errada, apuntando hacia su pierna y parte de lo que quedaba de su frente sin cubrir de sangre, el vestido estaba tan sucio que no podía verse ni un milímetro del color real, arrugado y roto como si fuese una prenda tan antigua como sus años. Su cabello enmarañado se volvió café debido al polvo y las hojas secas del jardín se habían atascado en él como nido de aves.

— ¡Por Merlín, Tom Riddle, me sorprende que la pobre muchacha no esté muerta!

—Creo que se me fracturó la pierna... y una costilla. —Le susurró, acostumbrada a reconocer el dolor y la gravedad del mismo.

— ¡Recuéstela! —Le demandó con enfado al dueño de la estancia, tomando trapos limpios de un cajón y un balde con agua caliente.

Las manos escarchadas hicieron su trabajo, tomándola con suma delicadeza de esas partes que no dolían demasiado. No recordaba si alguna vez la había tocado así, tan diferente a como solía hacerlo. No le gustaba admitir que era bruto, no tan solo en los duelos, también lo era en sus clases prácticas cuando debía corregirle la postura, la escuchaba gemir de molestias cuando la yema de sus dedos se encontraba con su piel magullada, pero no quería creer que su naturaleza sea tan destructiva. No con ella que supone fortaleza y vigor.

De igual forma no frenaron a lo largo de la semana una vez que se recompuso. Cada mañana competir en duelos que los dejaba cerca de la muerte era la única esperanza a la que Tom Riddle se aferraba, el único momento en el que ella le dirigía la mirada, un hechizo, un pensamiento. Había creído con anterioridad que su huésped lo castigaba de sobre manera, casi irracional ante un hecho tan pasado y descuidado como los años que habían transcurrido desde su padecimiento. En aquel entonces le gustaba alardear sobre las depuraciones y causar temor entre sus seguidores pero, aunque era inviable la idea de negar aquella acusación, en lo más profundo de su alma, deseaba retroceder el tiempo atrás y haberlas evitado.

O tal vez deseaba haber evitado el encuentro con Runa Bridgerton. Sin embargo, todas sus noches el rostro feliz de la pequeña muchacha tomaba presencia en sus sueños como efímeros segundos que le arrebataban el aliento, tan cortos y amargos que sus pulmones mermaban en su tórax hasta despertarlo agitado y consiente de una sola cosa; Runa Bridgerton debía ser–indudablemente–una de las suyas.

Le costaba tanto ser amable, poder bloquear el tono de su voz en un volumen prudente, tocarla con suavidad incluso con la mirada, ablandarse hasta rendirse a sus pies y disculparse por causar el inicio de su desgracia. Quería gritarle hasta hacerle entender que estaba muriendo cada vez que el odio reflejado en los ojos color miel se posaban en él para recordarle que estaba ahí gracias a su pasado, que al quitar su mano bruscamente cuando quería tocar sus nudillos se sentía como un disparo en el corazón. Anhelaba oírla una vez más por las mañanas lista para el desayuno, dejando el rastro a rosas que él seguía hasta hallarla degustando una taza de café.

Y luego de noches consecutivas con la misma pesadilla llegó a la conclusión que tanto temía; si las horas infernales con Runa Bridgerton seguían aumentando día a día, la necesidad de fundirse en su piel será incontrolable, creando un hambre imposible de saciar que sólo se detendría de una única manera. Y no se podía permitir llegar a ese límite.

—No podré encargarme de todas sus clases yo solo, Bridgerton—informó, observando desde la ventana semi-abierta el jardín—. Sé que se adelantó en demasiadas asignaturas, pero otras las ha abandonado y es por eso que eh decidido solicitar ayuda.

Asintió, indiferente, no porque no le importase quien sería la persona la cual se encargue de su casi completa formación académica, sino porque no importaba su opinión en ese momento. Tom Riddle había sido muy claro en cuanto a prioridades y el crear en Runa Bridgerton un cerebro excepcional era la número uno de la lista.

—Por ahora su institutriz vendrá día por medio para no agobiarla de información, pero, y esto depende solo de usted, si el aprendizaje no prospera la verá todos los días lo que reste de año.

Asintió una vez más, esperando a que Tom Riddle anuncie su hora de salida. El estar tan cerca de su raptor por tanto tiempo la agobiaba, la mayor parte de la clase deseaba destrozar ese rostro contra el escritorio de roble, detestaba oír su fría y arrogante voz demandando el entendimiento absoluto de lo que se encontraba explicando. No podía comprender la nula importancia que le daba a su dolor, había renovado un duelo que marcó significativamente su vida y parecía no interesarle.

La muerte de sus padres sin dudas era su dolor más grande luego de Tom Riddle.

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••TE ODIO••Where stories live. Discover now