|XII: CALÓRICO|

4.2K 315 102
                                    

|Calórico|

El aroma excitante que emanaban los retazos de tela tan cerca de su nariz, acariciando su cuello como una suave pluma que buscaba enterrarse en su piel, a la par que largas falanges ejercían una leve presión sobre su yugular. El roce áspero de las piernas desnudas a los lados de su oscuro pantalón de gabardina, subiendo y bajando en un movimiento desesperado por sentirla más próximo a su cuerpo. El contacto indebido de los pechos erizados debajo de las capas de lino exigiendo detener la fricción antes de que sus corazones se detengan ante la emoción. Lo enloquecían.

Quería que la toque. Anhelaba contemplar el frío del cuerpo ajeno escarchar el suyo sin que las prendas de ropa estén interpuestas en el camino, fundirse como lo hace un cubo de hielo en el sol veraniego mientras la fruta rosada en forma de pétalos avasalla sus labios con vehemencia. Se sentía como oro cuando la punta de sus dedos acariciaban las hebras finas del cabello azabache para apartarla de la frente sudorosa y así contemplar como el bosque la observaba desear.

—Está muy caliente—jadeó a menor distancia sobre sus labios, embriagándola con la fragancia a menta que nunca lo abandonaba—. Y duele…

El desconcierto en su rostro fue tan palpable que incluso él se apartó unos centímetros. Jamás lo había confesado en voz alta, ni cuando se encontraba en la soledad de su cuarto, y haberlo hecho en un momento de tanta debilidad no se sentía correcto. Mucho menos cuando la mayor parte del tiempo siempre buscaba la más mínima excusa para tocarla. Comprendía la confusión en ella, él también se hubiese sentido de la misma forma si los roles estuviesen invertidos. Le quemaba el contacto de sus carnes, tanto como tocar la tetera aún sobre el fuego, pero, extrañamente, el gusto por sentir la suavidad de la piel rosada superaba por mucho el sufrimiento en su interior.

Tocó su mejilla con la punta de sus dedos hasta llegar a su sien recogiendo entre las separaciones de sus falanges el cabello de fuego para dejarlo detrás de las orejas perforadas. El color miel recorría cada movimiento a través de sus ojos, quienes observaban como la piel del rostro dejaba un rastro erizado. Siguió contorneando su mandíbula, su cuello estirado, la desnudez precaria de sus clavículas, sintiendo como su esqueleto se contraía debajo de su cuerpo. No paró ni cuando la capa de ropa ocupó el lugar entre sus dedos y la desnudez de ella deseando convertir en cenizas el vestido que le cubría el monte de sus senos. El botón resaltante suplicaba ser masajeado, elevándose con cada torpe respiración de la niña debajo de su cuerpo. Y él obedeció a ese llamado.

Sintió el apretón de las piernas entorno a sus caderas cuando la punzada en la entrepierna incrementó ante el toque suave, como si la estuviera probando. Y es que deseaba–en lo más profundo de su ser–degustarla por completo.

Descendió por el bordado de la tela de lino hasta el relieve de sus bragas, separando sus cuerpos para poder trabajar bien. El calor creciente de ambos amenazaba resumirlos en sudor sobre el incómodo y viejo sofá estampado, liberándose como fuertes ráfagas de aliento producto de sus incontrolables respiraciones. El monte de venus lo recibió hinchado, palpitante, deseoso de que vuelva a ser abandonado para el siguiente paso del recorrido. Con una leve elevación de caderas le permitió deslizarse entre sus pétalos mojados, rozando su interior con las yemas de hielo.

El calambre en su zona erógena le prohibió razonar en un primer momento sobre si lo que estaba haciendo era correcto; si aprovecharse de una niña rendida y agotada que había fantaseado con este encuentro más veces que las deseadas, estaba… bien. Y aunque llegó a la conclusión de que no lo era, sus dedos se encontraban barnizados por ese almíbar natural que lo incitaba sumergirse por la estrecha cavidad.

••TE ODIO••Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin