|X: MUDO|

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|Mudo|

—Sé que duele, Runa, pero tienes que cenar...

El ardor se podía comparar con facilidad a una vil inundación de whisky en su garganta, la cual descendía al igual que las gotas de miel del frasco sobre la mesa; con lentitud. Los gritos provocados en ese duelo que empezó con un imperdonable en las escaleras y se extendió por horas a lo largo y ancho de la mansión, no tan solo habían afectado a la menor residente de la estancia, sino también al dueño de la misma, quien, al otro lado de la mesa iluminado con la tenue luz del alba, bebía un té de limón y miel ante su ronquez.

—Deben dejar de tener duelos tan mortales—aconsejó Eloise Pussett cepillando el cabello de Runa Bridgerton para deshacerse de esos nudos imposibles—, algún día se matarán y no deseo recoger partes de un cuerpo. Eso no está en mi contrato.

—No tienes un contrato.

Su piel se erizó al oírlo. Se había imaginado que tan rota podría llegar a estar la voz de Tom Riddle, pero jamás lo imaginó a ese nivel tan inverosímil. Le parecía fabuloso; No por verlo en tan mal estado, sino por lo aliciente que fue para Runa Bridgerton. Se impulsó hacia él como víctima de un trance, dando tropezones de pasos hasta encontrarse agachada entre el regazo de Riddle, señalándolo con la punta de su dedo índice. Y abandonando el último hilo de voz que le quedaba resguardado, suplicó;

—Vuelva a hablar.

La sorpresa había avasallado cualquiera de sus sentidos. Se sentía embelesado con aquellos ojos suplicantes debajo de su nariz; con el carmín de sus labios sangrantes separados para dejar leves brisas de aliento que se esfumaban milímetros antes de llegar a él; con lo atractiva que se veía la porcelana de su piel con rasguños ocasionados por las caídas en el duelo anterior; con el calor de sus manos desnudas enterándose sobre sus rodillas vestidas; con esa voz dulce que moría segundo a segundo; se había quedado mudo con la simpleza de su imagen y lo gratificante que le era sentirla tan suya.

—Señorita Bridgerton, sus uñas...

— ¡Oh, sí! Lo siento... yo...

Se apartó con rapidez, cayendo al suelo sobre sus glúteos al tropezar en el intento de huir. Por un momento se había perdido en el bosque de sus ojos y el sonido de su voz, ambos tan profundos como un océano vacío, sin fondo, tan oscuros como el aura que emanaba y las noches que pasa sin cerrar los ojos. Estaba a segundos de sumirse en su piel, ahogarse con el aroma a tinta y condenarse a la muerte si eso la acercaba a mantener un contacto estrecho con él. Lo anhelaba y se encontraba embriagada.

— ¡Por Merlín, Runa! —Exclamó Eloise, tomándola por debajo de los brazos para sentarla en una silla cercana al dueño de la estancia—. Te encuentras débil para hacer esos movimientos tan bruscos, animal.

Tom Riddle se agasajaba del fervor en las mejillas de su huésped, disfrutando de las últimas gotas de su té mientras Eloise Pussett la seguía reprendiendo desde la lejanía, recordando que su salvajez algún día podría asesinarla brutalmente. Las exageraciones de la empleada no hacían más que humillarla ante él, quien, calmado, no podía quitar sus ojos de Runa Bridgerton.

—Solo he conseguido una vela de...

— ¿Qué? ¡No, Eloise!

El pastel con cubierta blanco y una única vela azul claro se posó delante de su rostro, sobre el mantel rojo que preservaba la madera de caoba. No perdió tiempo en intentar descifrar las muecas de Tom Riddle y como se tomó la repentina noticia, a la par que Eloise corría hacia la cocina en busca de su varita, y aunque no lograba descifrarlas del todo, estaba más que segura que el desconcierto abundaba.

••TE ODIO••Where stories live. Discover now