|VII: CARTA|

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|Carta|

Eloise Pussett contó ocho personas alrededor de aquella mesa en la que solían ser dos, todas vestidas con ropajes negros y una máscara plateada sobre sus regazos.

Habían vuelto.

Algunos alababan a un niño de dieciséis años que no tenía una consciencia concisa sobre su vida pasada, sino más bien cortos recuerdos de sus tragedias. Principalmente una reciente. El rostro del menor expresaba clara suficiencia que parecía no agradarle a sus seguidores a pesar de ser eso; simples seguidores. Pues aún ponían en duda lo que Tom Riddle les estaba prometiendo.

Lo que él mismo se estaba prometiendo.

No era ninguna novedad que el líder de los mortífagos hablaba más para sí mismo que para otros, para aquellos que tenía que informar. De hecho, él creía que su labia era tan perfecta que no debía depositar demasiado tiempo en explicar los planes futuros. Muy pocas personas lo entendían a la par que hablaba.

La primera disputa a voz alzada no se hizo esperar cuando Walden Macnair abrió la boca. El hombre manifestó su desconcierto ante la apariencia física de Riddle, cuestionando su capacidad para resolver el tipo de problemas al que se enfrentarían si llegase a ocurrir otra guerra mágica, o incluso un simple ataque, usando un término tan vulgar que podría poner su vida dependiendo de un hilo fino.

— ¡Repítelo! —Ordenó con el tono de voz tan fuerte que los cristales resonaron en la sala.

—Nada nos asegura que sea otro de los impostores.

¡¿Otro?!

El color sangre se expandió con rapidez ocupando el lugar del verde boscoso que le daba una apariencia angelical. Las dudas sobre la veracidad de que el niño al mando era Lord Voldemort apaciguaron en cuanto los presentes notaron el cambio radical en sus iris. Solo una persona podía hacer eso al enfurecer. Y la tenían delante de sus narices.

Cayeron al suelo de rodillas, suplicando perdón como si de un Dios se tratara, jurando eterna fidelidad a quien ponía en riesgo sus vidas.

— ¡Quiero a cada una de esas personas muertas, ¿me oyeron?!

—Sí, mi Lord.

Los pasos resultantes del enfado elevaban un polvo inexistente en cada uno de los peldaños de las escaleras hasta llegar a su habitación, en donde se dejó derrumbar sobre la incómoda silla de madera de su escritorio con tal frustración que apenas si cabía en su cuerpo. No podía mentir, se sentía halagado al inspirar personas con sus mismos ideales, pero le parecía una total falta de respeto apropiarse de su nombre. Aquello que él mismo había creado.

— ¡Joder!

Las molestias crecían en su cuerpo como un virus latente que consumía a paso apresurado su vitalidad. Se sentía inquieto, con ansias de muerte, deseando depurar vidas. Después de todo aquello era lo que mejor hacía.

Y para ello necesitaba su capricho.

Llamó a su empleada con impaciencia, usando su tono de voz más demandante para asegurar la plena necesidad de volver a contactar con esa persona. Era inexplicable expresar como su ser se regocijaba de alegría al ver un rostro plasmado de susto, y Eloise Pussett proporcionaba gran parte de esa alegría.

—Háblame de ella. —Ordenó.

—Su última carta me ha llegado hace tres días, en ella relataba como ha transcurrido la semana y poco más, señor.

— ¿Y la fractura de su brazo?

—Cree que dejará de usar la férula en unos días. También me ha informado que el hijo de Lucius y Narcissa Malfoy, Draco, ha tomado su lugar en el equipo de Quidditch.

••TE ODIO••Where stories live. Discover now