El Hibisco desaparecido

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 Unos años atrás...

¿Y si tu no tenías flores?

Esa pregunta se asentó en un joven de 7 años y medio. Había pasado toda su vida sin ver nacer un solo Hibisco (la flor que provenía de su madre) sobre su palida piel. Siendo sincero, pasó mucho tiempo queriendo verlas, por lo que siempre recalcó que él tendría las flores más hermosas de todas, era una de sus metas, pero los días pasaban y toda su clase comenzó a florecer de la nada, siendo este sentimiento generado por amigos, familia, y algunos que ya comenzaban a tener novios.

Al notar que las suyas se retrasaban, hizo de todo para verlas nacer, le hizo caso a sus padres, tuvo las mejores notas, se acostaba a la hora, comía sano, pero todo resultaba un fracaso.Si las flores eran preciosas, ¿El nunca tendría unas propias?

¿Por qué él no? ¿Había algo mal? No lo comprendía, y al no comprenderlo se comenzaba a frustrar. Sus propios padres le decían que gracias a sus berrinches, era probable que su semilla no daba fruto alguno."No sientes amor por nadie" se lo repetía su madre desde hace mucho tiempo. Le ponía triste, se sentía solo y aislado de los demás,"Todos sabían amar, menos él" era lo que pensaba.

Esa desilución la convirtió en remordimiento, decidió nunca más buscarlas. Podría decirse que en poco tiempo, con solo pensar en botánica, su estómago se revolvía.

"Es una estupidez" se convenció, y su corazón acumulaba cada vez más odio hacia las gardenias, margaritas, tulipanes, orquideas, los colores vivos que sobresalían de los hombros, de los brazos, espalda, cuello o incluso de las piernas. Y por sobre todas las malditas, la que más comenzó a detestar, eran las rosas. Las que simbolizaban amor puro, las odiaba. Esas eran las flores que le recordaban que jamás sentiría algo parecido al afecto. ¿en realidad era odio?

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El pequeño rubio paseaba solitario, ya acostumbrado a estarlo, tal vez eso de ser el malo de la película no le era algo tan difícil. Se pudo acostumbrar al rol, "no todos debían de ser dulces" repetía incontables veces en su cabeza mientras pateaba algunas piedrecitas en el camino al parque.

Chistó un par de veces al perder de vista las piedras con las que jugaba, pues cayeron en el verde césped que indicaba que había llegado a su destino.

Una vez comprobado que nadie estaba cerca, relajó su semblante de enojo, ahora parecía estar en calma, solo se dejó caer al suelo para así revolcarse entre las hierbas, era un niño después de todo.

Levantó su vista, tratando de divisar algo que le llamara la atención, un sendero que le invitaba a recorrerlo, así que tomó impulso y quiso correr desde donde estaba hasta el final del recorrido.

Sus piernas picaban un poco producto del roce de su piel con los hierbajos, aunque eso no le importaba por ahora, sentía una gran libertad en aquellos momentos, como si no tuviese que fingir ser otra persona, tenía tan solo ocho años, y aún así, todos le veían intimidados por su carácter, ese que tanto ha estado perfeccionando, el que le permite esconder sus inseguridades.

Simplemente corrió todo lo que quiso, ya a la mitad del camino olvidó observar si alguien conocido le veía con esas caras, las que dibujaban una sonrisa verdadera y se entretenía con su alrededor. Sus ojos rojizos estaban maravillados con la naturaleza que le rodeaba.

Cuando se estaba quedando sin aire, prefirió parar evitando hiperventilarse. Estaba ya a unos pocos metros de la salida, era un recorrido corto.

–¡Hola Kacchan!– Saludó el niño que corría hacia él. Esa voz, ese apodo, la forma tan alegre de nombrarlo, solo había una persona que le llamaba con tanto afán.

Dying in flowersWo Geschichten leben. Entdecke jetzt