15. El gallinero

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—¿¡QUÉ!? —preguntó con risas.

—Jajaja, ¿Qué ya no te acuerdas? —iba a cerrar la computadora cuando las manos de Yibo me detuvieron.

—Espera, antes de pasar a esa parte, ¿entonces, estas fotos fueron tomadas en la habitación de tu mamá? —asentí —que coñazo, jajaja, deberíamos imprimirlas y pegarlas en la habitación, ¿No crees?

Me reí de su pésimo chiste, y le seguí la corriente.

—Estaría bien, Yibo. Así cuando no esté, te haces una paja mientras nos ves a nosotros desnudos.

—¿Y si mejor me hago la paja viendo tu carita excitada después de haberte hecho el amor?

—¿Quieres completar tu lista o no? —le pregunté calmando el fuego antes de no encontrar con qué apagarlo.

Yibo resopló, derrotado, y me prestó atención después de anotar el número quince en su preciada lista.

—Soy todo oídos, ZhanGe.

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Un par de meses después de nuestra reconciliación, Yibo fue al campo a visitarme.

Él estaba de vacaciones y sin nada que hacer. Yo le había sugerido venir al campo del tío y sin pedírselo dos veces, él ya venía en camino.

A su llegada, marqué mis límites sobre nuestra relación frente al tío. Una persona como él, que odiaba el amor, la sociedad y la vida en general, también odiaba las relaciones de personas del mismo sexo.

A Yibo le había molestado eso, por supuesto. Habíamos pasado meses sin vernos y lo que más quería él era besarme y abrazarme y teníamos que esperar hasta la noche para demostrarnos nuestro amor. Nos pasabamos al alfombrado de la habitación y nos follábamos uno al otro sin hacer ruido (como ya sabéis, éramos expertos en eso).

Al día siguiente, los dos salíamos a recolectar las órdenes del día y nos perdíamos por horas entre los árboles y los matorrales de ahí, pero sin follar.

Una tarde, nos tocó ir a dejar unos pedidos del tío al centro del condado. Teníamos un par de horas libres y las aprovechamos para pisar un motelito de ahí. Teníamos ganas de hacer ruido mientras follábamos y ese fue el lugar perfecto. Dos horas bien servidas. Tan bien hechas que yo traía dos marcas rojas en el cuello.

Al llegar al campo, mamá nos riñó a los dos y por castigo, nos puso a limpiar los nidos de las gallinas toda la semana.

Durante esos días, temíamos follar por la noche. Sabíamos que mamá estaría al pendiente de lo que hacíamos y no queríamos ser descubiertos (jajajaja).

El último día de Yibo conmigo en el campo, los dos estábamos limpiando el gallinero y buscábamos la forma de escaparnos de nueva cuenta al motel para tener una buena despedida, pero ese día no sólo teníamos que limpiar las heces de las aves, también había que coger los huevos que las gallinas habían puesto y encerrar a los gallos en su corral.

—ZhanGe, cuéntame de nuevo cómo te correteó la gallina después de coger sus huevos —me pedía Yibo.

—¿Y si mejor te los cojo a ti? —le dije bromeando. Pero Yibo se lo tomó muy enserio.

Soltó el gallo que llevaba en las manos y caminó hasta mí.

—Hazlo ahora —cogió mi mano y la metió debajo del pantalón, seguido de eso, me besó con intensidad.

La tela de la trusa era estorbosa, pero guardaba ese calor ardiente.

Wang Yibo me acorraló contra la pared de tablón del gallinero y restregó su mano sobre mi zona íntima. Saqué mi mano e instintivamente bajé el pantalón para tener una vista mejor de aquel miembro. Me puse de rodillas y saboreé su sabor hasta el interior de mi garganta, hasta sentir arcadas.

—Mi turno, conejo —me dijo Yibo, ayudándome a ponerme de pie y sacando mi erección.

Yibo tiene una boca más grande que yo y su garganta es más profunda. Todo lo devoraba con fuerza y me excitaba más cada que engullía mi polla. Al sentir su tierna campanilla, la cabeza se me nubló y lo lancé contra el heno seco y terminé por deshacerme su pantalón.

No había tiempo para preparar, era ahora o nunca. Yibo me abrazó con las piernas y yo las moví hasta mis hombros. Después, con un movimiento rápido pero suave, entré en él. Antes de comenzar mi vaivén, retiré de su cabello un par de plumillas de ave. Yibo era tan flexible, que pude besarle aún con sus piernas en medio de los dos.

Luego de unos besos, me moví con ferocidad.

Las gallinas salieron casi corriendo cuando Yibo empezó a gritar y yo me reí porque a una, en su huída, se le salió un huevo en mitad de camino.

—¿Quieres dejar de reír y follarme? —me exigió.

Salí de él y con cuidado, le di la vuelta. Así, en cuatro, limpié sus mejillas blancas del heno que se había pegado a él y continué arremetiendo. Mi BoDi comenzó a gemir más de lo debido y los dos nos enfocamos sólo en ese momento. En nuestro placer.

Jamás imaginamos lo que pasaría después de nuestro orgasmo.

—¿¡Qué coño está pasando aquí!?

¡Era el tío!

Salí de Yibo rápidamente y los dos nos pusimos de pie. El tío estaba a unos pasos de la entrada del gallinero y a Yibo no le daba tiempo de ponerse el pantalón o los zapatos. Tuve que salir primero para distraerle.

—¿Qué pasa? —pregunté fingiendo no saber nada.

Lo único que recibí por respuesta fue una bofetada.

El tío tenía el rostro lleno de furia y le tembló la mano luego del golpe.

—Sabía que eráis maricas —me dijo —pero no creí que esas mariconadas las haríais aquí. Tú y ese pijo al que llamas novio sois un par de mariconetas.

—Señor... —Yibo había salido. Estaba completamente vestido, pero no me atreví a mirarle.

—"Señor" mis cojones. Quiero que los dos, par de putos, se larguen de mi casa. Aquí no sois bienvenidos.

—Señor...

—Basta, Yibo —dije yo. Tenía un nudo en la garganta con el que luché para hablar —si el tío no nos quiere aquí, no tenemos nada que hacer. Coge tus cosas y vámonos.

Miré al tío con el rostro sereno antes de seguir a Yibo.

Esa misma tarde nos fuimos. Mamá intentó hablar con nosotros y también pidió perdón en nombre del tío. Pero el tío jamás nos pidió perdón por ofendernos y un mes después de eso, falleció.

Mamá era la siguiente heredera del campo pero jamás quiso hacerse responsable de él. Vendió las hectáreas, las gallinas y se mudo de de nuevo a la ciudad. Pero a su regreso, cambió. A veces insinuaba que Yibo y yo habíamos provocado la acelerada muerte del tío. Yibo ya no se atrevía a pararse en el apartamento por temor a que mamá le dijera algo o le corriera. Y a mí me hartó.

Decidí entonces mudarme. Tenía poco dinero ahorrado, pero conseguí un piso compartido con varios estudiantes donde por quinientos yuanes podía dormir y asearme. También reanudé mis estudios, conseguí un empleo de medio tiempo e hice mi vida.

Con Yibo como mi novio.

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—Joder... ZhanGe, ¿De verdad crees que hayamos sido los culpables de lo que sucedió con tu tío? —me preguntó cuando terminé de contarle el número quince de la lista.

—No, BoDi. El tío ya estaba muy enfermo. Si el coraje no lo hacía con nosotros lo haría hasta con él mismo —dije riéndome.

—Somos un caso.

—Completamente.

Nos quedamos en silencio un ratito más y después Yibo preguntó:

—¿Quieres poner el siguiente número? ¿O lo pongo yo?

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