Capítulo 20

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Albert comunicó a su padre la decisión. El hombre no puso reparos pero dejó en claro las reglas.

-Puedes escoger el apartamento que desees. La renta y los gastos del alojamiento correrán por mi cuenta. Del resto te ocupas tú apenas encuentres empleo- explicó sin esperar respuesta.

El arreglo era muy ventajoso, considerando los costos de vivir en New York. Aún así, el señor Hammond se preguntaba si no estaría siendo demasiado severo.

Así fue como Albert partió junto a su madre, empeñada en ayudarle a encontrar un apartamento acorde a sus necesidades. Organizó una recorrida de dos jornadas por distintos vecindarios. Finalmente escogieron uno sobre la Avenida Lexington, bastante más grande de lo necesario para una sola persona. 


-Ahí viene, ahí viene...- murmuró alguien y todos callaron.

-Me pregunto qué humor traerá hoy- dijo una joven santiguándose.

-Me conformaría con que fuese mejor que el de ayer- susurró otra desde el escritorio vecino.

De pronto se oyeron pasos y el silencio volvió a reinar. Una imponente figura de hombre atravesó la oficina, sin saludar ni ver a nadie.

-Señor Casablancas...- se atrevió a balbucear uno de los empleados.

-No me pasen llamadas- interrumpió- Y quiero un café- exigió antes de encerrarse en su despacho.

-Cabrón...si tan sólo fuese la sombra de su padre...- susurró la chica que se había persignado.

La relación de Julian y su padre había sanado muy poco con los años. En el mejor de los casos, una glacial indiferencia primaba entre los dos. En el peor, amargos reproches del pasado resurgían para ensanchar la grieta que los separaba. Pese a todo, el mayor anhelaba que su imperio permaneciera en manos de la familia y en cuanto tuvo la certeza de que su hijo no tenía futuro en la universidad lo llevó a trabajar a su lado, en Elite.

Le otorgó una posición privilegiada, con la esperanza de que aprendiese los avatares de aquel negocio peculiar que no se parecía a ningún otro.

La incorporación de Julian a la empresa fue una pesadilla para los empleados, sometidos a diario a sus caprichos, berrinches y humores cambiantes. Lejos de demostrar algún interés por el negocio, paseaba su desdén aquí y allí, sin sutilezas ni reparos.

Quedaba muy poco de aquel jovencito encantador y gentil que repartía abrazos y se hacía querer a fuerza de sonrisas. Lo que había sobrevivido de él, se reservaba para pocos afortunados. Su madre, Samuel y en ocasiones Fabrizio, el joven que podía llamarse su pareja toda vez que Julian no estaba ocupado en amoríos con algún modelo de la agencia.

Después de su experiencia en Suiza y después de Albert, nada había sido igual. Pese al paso de los años, seguía invocándolo en su mente cada día, soñándolo en las noches, murmurando su nombre en las situaciones más inoportunas. Seis años de añoranza teñida de rencor, movido por la certeza de que aquel amor de juventud había aprovechado su ausencia para partir, para deshacerse de él sin explicaciones ni escenas, como todos lo hacían.

El tiempo que todo lo cura no había logrado aún apagar el resentimiento por esa historia malograda, por aquella afinidad única que alguna vez compartieron y que jamás pudo reencontrar. Comprendió también que hasta la felicidad podía tener un rostro terrible. Como el de una diosa caprichosa, dispuesta a hacer pagar a los hombres por cada migaja de dicha concedida. Mientras se vivía bajo su amparo, reinaban la plenitud y la paz. Y cuando decidía marcharse y conceder sus dádivas a nuevos favoritos, dejaba como castigo el recuerdo. Ese aguijón ardiente y doloroso encargado de ser el testimonio de todo aquello que no volvería.

-Señor Casablancas...- murmuró al teléfono un empleado.

-Dije que no me pasaran llamadas- respondió con sequedad.

-No es una llamada, señor. Y parece importante.


Albert volvía junto a su madre tras una recorrida de compras destinada a acondicionar la vivienda.

Justo frente a su apartamento vieron aparcados dos grandes camiones. Cámaras, trípodes, pantallas y percheros abarrotados de ropa estaban siendo cargados. No era un espectáculo muy distinto al que podría verse un día cualquiera en Los Ángeles, donde cada vecindario tenía más de un set de filmación a sus alrededores.

-Me pregunto qué estarán rodando...- dijo la mujer y caminó hacia allá.

Albert la siguió. Si debía su curiosidad a alguien, con seguridad era a ella.

Presenciaron los preparativos dignos de una película y Claudia, cada vez más interesada, subió las escalinatas para ojear más de cerca el fino vestuario que transportaban. Fue entonces que dio de lleno con la fachada del edificio. Se leía el apellido "Casablancas".

-Oye, Albert. ¿No fuiste al internado con un chico que se apellidaba Casablancas?- dijo intrigada, volteándose hacia su hijo. (1)

-Sí, ¿por qué?- preguntó con un leve estremecimiento, como cada vez que escuchaba su nombre.

-Mira allá- dijo señalando la entrada.

"Elite Model Management", leyó. Y sintió sus piernas temblar.

(1) La historia del reencuentro casual entre Julian y Albert es verídica y aquí se plasma casi sin alteraciones. Luego de su paso por Le Rosey ambos perdieron todo contacto y sólo volverían a verse tras el traslado de Albert a New York. Así lo recordaría Hammond: "Mi madre me acompañó para ayudarme a buscar piso. Finalmente encontramos uno en la 22 con Lex, frente a la agencia de modelos Elite, cuyo dueño era el padre de Julian. El apellido Casablancas figuraba en la fachada. Mi madre me preguntó '¿no fuiste al internado con un chico que se apellidaba Casablancas?'"

En la foto pueden observar cómo lucía entonces el edificio y la referencia al apellido en la fachada que facilitó el reencuentro.

Destino TraicionadoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz