Capítulo 19

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-¿Dónde está? Se suponía que debía pasar por el estudio- dijo su padre.

-En su cuarto, durmiendo- respondió Claudia.

-¿¡Durmiendo!? ¡Son las dos de la tarde!- protestó.

-Creo que regresó de madrugada. No lo despiertes, por favor.

Muchas cosas habían cambiado en los últimos seis años pero el apoyo incondicional y a veces inmerecido de Claudia a su hijo seguía siendo el mismo.

El paso de Albert por el internado había estado lejos de ser el remedio que su padre pensó que sería. Su estancia en Le Rosey le había regalado sus días más gloriosos pero también los más amargos. Días de dicha que no volvieron a repetirse nunca, sin importar cuanto se empeñase en reencontrarlos, dejando en su memoria recuerdos imborrables y el lamento inagotable por su prematura partida.

Clavado en su mente, anidaba Julian. Su fantasma lo acompañaba a todas partes. La felicidad compartida y truncada era la medida con que ponderaba su presente. Aquella odiosa comparación con el pasado le devolvía una realidad ingrata, en donde nada ni nadie parecía poder regresar la bonanza perdida tiempo atrás.

Apenas retomó su vida en Los Ángeles, buscó por cielo y tierra el modo de contactarlo. No podía escribirle a Le Rosey pues los alumnos sólo recibían correspondencia y encomiendas de las personas autorizadas por sus padres. Fue inútil llamar a Elite, donde apenas lo conocían. El teléfono de Jeanette ya no era el mismo y como era de esperarse, los Casablancas no figuraban en el directorio telefónico. Salir en su búsqueda era una locura. Por entonces no era más que un adolescente tras alguien que, de haber regresado, se encontraría al otro extremo del país.

Dejó pasar el tiempo. El joven aventurero e inquieto se convirtió en un hombre. Uno de trato cordial y risa fácil. Había aprendido que, así como la gente enseña para disimular su ignorancia, algunos sonreían para ocultar sus lágrimas. (1) Y se convirtió en uno de ellos.

Su carácter osado lo ayudó en sus intentos de reencontrar en otros brazos el amor que alguna vez conoció. Pero ni los hombres ni las mujeres que desfilaron por su cama parecían capaces de devolverle una fracción de lo perdido.

Descontento del mundo y de sí mismo, comenzó a vagar sin propósito. Volvió a gran parte de los hábitos que sus padres tanto temían aunque ahora con la astucia suficiente para no ser descubierto.

Su nombre se volvió recurrente en las mejores fiestas de la ciudad y su presencia, símbolo del éxito de la velada.

Aplazó su ingreso a la universidad año tras año, amparándose en sus siempre estériles intentos de montar alguna empresa cuya actividad seguía siendo incierta hasta para su principal inversor, el señor Hammond.

-¡Claudia! ¡Claudia! ¿¡Qué demonios es esto!?

-¿Qué sucede, amor?- dijo ella entrando al despacho.

Vio a su marido boquiabierto frente a la correspondencia.

-Ven a ver esto...- dijo él.

La mujer se acercó y tomó el papel que sostenía su esposo.

Era el resumen bancario de la tarjeta de crédito que Albert usaba y su padre pagaba. (2) Sus gastos mensuales ascendían a poco más de sesenta mil dólares.

-¿¡Comprendes que esto es lo que un joven de su edad gana en un año!?

-Al...- dijo nerviosa- debe haber alguna explicación...

-La encontrarás si lees el detalle de los gastos- respondió ofreciendo el resumen.

Había poco que argumentar frente a la evidencia. Los consumos se dividían entre bares, hoteles, licorerías y las más exclusivas marcas de indumentaria.

Destino TraicionadoWhere stories live. Discover now