Al mudarse, tu madre decide enviarte a la mejor Academia internacional del mundo. Allí descubrirás que no todos tienen los mismos tratos, y que tu respeto en la escuela se define por la Lista de los mejores alumnos.
Para tu desgracia, quedas en la p...
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Como te imaginaste, tu recorrido desde la entrada hasta el salón de la clase C fue un tormento de miradas que te esperaban en cada pasillo. Intentaste ignorarlas pero eran tan disimuladas como Romano cuando se encontraba con una chica linda por la calle. Daban ganas de golpearlo en la cara. Mientras tanto, todos en clase C esperaban tu llegaba para saber si los rumores eran ciertos. Alfred miraba con ansiedad la puerta, mientras Seychelles, sentada encima de la mesa, parloteaba sobre algo a lo que no le había prestado mucha atención. Los hermanos italianos estaban apoyados en el marco de la entrada, seguramente para ser los primeros en recibirte, pensó.
Ese tenía que ser el día, no podía esperar más, lo había ensayado todo palabra por palabra e incluso se lo había escrito en la palma de la mano. Aunque lo último no sirvió de mucho, pues no lo había hecho con un fibrón indeleble y sólo logró tener un horrible manchón negro en la mano izquierda.
—¿No estás escuchando, verdad?
Feliciano comenzó a agitar los brazos emocionado y Aurora apareció para abrazarlo con fuerza. Lo que daría por estar en su lugar en ese momento. A pesar de todo lo que había pasado y los rumores, te veías resplandeciente, como si nada te afectara en lo absoluto. Un tumulto de alumnos se acumulo en la entrada con cientos de preguntas que preferiste no contestar. Entraste separándote con dificultad de la muchedumbre, buscando su mirada y apenas tus ojos se cruzaron con los suyos, le regalaste la sonrisa que terminó por hacerlo caer rendido, pero no dejaría que lo supieras tan fácilmente. Pasaste por los bancos yendo hacia él, pues ya era costumbre que ambos se sentaran juntos en clase.
—¡Bella! Siéntate conmigo esta vez, tenemos que ponernos al día —Te detuvo Feli tomándola suavemente del brazo.
Alfred apretó los dientes. No podía estar pasando justo ahora. Se levantó de su asiento con una forzada sonrisa.
—Darly, estuve guardando el lugar para ti —se dirigió a ti, como si el italiano no hubiera dicho nada antes.
—Eh... —vacilaste por un momento, girando la cabeza hacia ambos lados. Finalmente tomaste una decisión, un poco apenada—. Sólo por esta vez me sentaré con Feli, ¿sí?
—Oh, right.
El americano volvió desganado a su asiento. Mientras acomodabas distraída tus cosas al lado del banco de Feliciano, el italiano aprovechó para sacarle la lengua infantilmente. Seychelles se tapó la boca, sorprendida.
—Berk—murmuró el rubio, apretando el puño ¿Acaso le estaba declarando la guerra?
La clase, como solía ser siempre para Alfred, fue un completo aburrimiento. Él, y a decir verdad, la mayoría del curso, se habían cansado de escuchar las tortuosas lecciones de la profesora de Biología. Obviamente, había ciertas excepciones, como tú, por ejemplo. Hipnotizada por sus aburridas palabras escribías como un robot cada dato importante. Dejó escapar un suspiro. Por lo menos ya sabía a quién pedirle anotaciones. Miró decepcionado su carpeta. Estaba en blanco. A veces se preguntaba como hacías para lucirte en todo. Le recordabas a alguien. Pero tú le hacías sentir diferente por completo. Eras diferente.
