Capítulo 5 -Un guardián del Abismo-

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Parece que me he ganado el respeto de Dharta, las pocas veces que me ha mirado he visto cómo esbozaba una ligera sonrisa. Supongo que el código de los guerreros es igual en cualquier lugar. Una vez que uno demuestra valía en combate, casi siempre gana cierta admiración por parte de los demás combatientes, aunque estos sean enemigos.

Aun sin sentir simpatía por mí, ni haber disminuido el desprecio que siente por la condición de esclavo, de algún modo, creo que en lo más profundo de su ser ha nacido cierto respeto.

—Luchas bien, ¿de qué región eres? —pregunta, mientras me indica con la espada que descienda los escalones de piedra húmeda.

—No lo sé —contesto con sequedad. No lo hago porque me incomode decírselo, lo hago porque de momento no he querido plantearme si en realidad este lugar forma parte de mi mundo o por el contrario estoy en uno distinto.

—Entiendo... —Vuelve a poner cara de asco.

—Espera. —Me observa con el semblante de una asesina. Bajo la mirada y veo cómo la mano se aferra a la espada—. No quería parecer prepotente, ni desagradable. En realidad no sé si mi tierra pertenece a este mundo.

A la vez que me ojea de arriba abajo, los músculos del brazo dejan de estar en tensión.

—¿No sabes si eres de este mundo? —pregunta con la ceja enarcada.

—No. —La miro a los ojos—. No estoy seguro. —Me quedo pensativo y al cabo de un segundo se me escapa con cierta tristeza—: En el fondo algo me dice que da igual si lo soy o no. Siento como si hubiera pasado miles de años atrapado en la roca.

Cansada por la sensiblería, ha estado a punto de hacerme callar y ordenarme que bajara de una vez. Aunque ha mostrado sorpresa cuando he dicho lo de miles de años atrapado en la roca.

—¿Las estatuas que caen del cielo? —murmura confundida. Le voy a preguntar sobre ello, pero suelta un grito y brama—: ¡Esclavo, no me interesa tu vida! ¡Tú y tu pasado me importáis una mierda! —Con rapidez, me posa la hoja del arma en la barbilla—. ¿Entendido?

El silencio habla por mí. Callado, desciendo los escalones que parecen conducir a la parte más profunda de La Gladia. Mientras los bajo, le doy vueltas a lo que ha dicho.

¿Qué serán las estatuas que caen del cielo? Su respiración me indica que sean lo que sean le producen intranquilidad, incluso ansiedad. Intenta controlar el flujo de aire sin mostrar signo de inquietud, pero no lo consigue y respira con cierta rapidez.

Después de descender unos doscientos peldaños, llegamos a una sala adornada con extrañas estatuas de lo que creo que son dioses. El vello se me eriza, pero no es por estas figuras, es por la bajada de temperatura. Sin llegar a hacer frío, es notable el contraste con el calor de la superficie.

—Ponte contra la pared —dice Dharta, presionándome la nuca con la punta de la espada—. ¡Vamos! —Obedezco, he de mantener una sumisión ilusoria. Aún es pronto, aún estoy débil—. Essh'karish, te traigo al esclavo.

Escucho pasos y una voz femenina:

—Gracias, Gariart de La Gladia. —¿Gariart? ¿Será el título de Dharta?—. Puedes irte.

—Pero... El Gárdimo no querrá que una invitada tan ilustre esté a solas con un sucio esclavo. —¿Le ha temblado un poco la voz a medida que avanzaba la frase?

—Humana —el tono es severo—, quiero estar a solas con él.

—...pero creo que... —¿Por qué insiste? ¿Está preocupada por la Ghuraki o por mí?

—Me da igual lo que creas, vete. ¡Ahora!

—Sí, mi señora.

Dharta envaina la espada y posa una rodilla en el suelo. Cuando se levanta, nuestras miradas se cruzan por un segundo. En ese breve instante, percibo algo que jamás pensé que podría percibir en una mujer como ella: percibo preocupación por mí, por un esclavo.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora