Capítulo 60 -La victoria de la derrota-

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Mientras gesticula con los cuatro brazos, creyendo que está seguro, El Asfiuh empieza un discurso:

—Daremos vida al verdadero equilibrio. A uno inmutable. Uno que existirá toda la eternidad. —La voz resuena con fuerza por la gruta—. Cuando hasta la misma oscuridad sea consumida, cuando nada exista, volveremos al origen. A aquello que debió ser imperturbable. —Con gran esfuerzo, alzo la mirada y veo caer a mi hermano por el agujero que creó El Primigenio—. El hambre que nos consume será saciada y... —El dios oscuro se da cuenta de que, envuelto por la energía de la luna roja, unido al satélite, siendo el portador de su poder, Mukrah desciende a gran velocidad—. Miserable, ¿qué crees que haces?

El Asfiuh eleva la mano, quiere capturar a mi hermano, pero este pasa a través de ella, cierra el puño y se prepara para callar a una deidad con un puñetazo.

—Las estrellas y los astros, aquellos que quieres devorar, me han susurrado al oído. —Frena la caída y, gracias al poder del astro, se queda flotando a la altura del rostro del Asfiuh—. Me han pedido que arroje de nuevo la putrefacta masa de energía negra a la que llamas alma a la parte más profunda del lugar que tanto temes. —El cuerpo de Mukrah brilla tan intensamente que tengo que cerrar los párpados—. Los escultores de lunas te mandan saludos. —Escucho cómo retumba el golpe que el hombre de piedra le da en la cara al Asfiuh.

Al mismo tiempo que el dios oscuro chilla, Bacrurus, El Primigenio y yo dejamos de estar inmóviles.

—¡No! —brama Dheasthe, contemplando a su dios descomponerse en una niebla negra—. No —masculla, se da la vuelta y clava la mirada en mí—. No te saldrás con la tuya, patética criatura. —Corre, la ira lo posee y el aura marrón le recubre el cuerpo.

Inspiro con calma, me conecto al pequeño núcleo de paz que se oculta en lo más profundo de mi ser y me uno a él.

—Has perdido —digo, bloqueando el puñetazo—. Se acabó. Has gastado demasiado poder en la invocación. —Le sujeto la muñeca, lo obligo a ladearse y le golpeo en las costillas—. Y ya no está tu dios para devolverte la energía que has consumido. —Desplazo la mano por su brazo y le pinzo el hombro—. Ahora solo te queda sufrir. —Le piso con fuerza la parte trasera de la rodilla y la lanzo contra el suelo—. Sufrirás en tus carnes todo lo que has hecho. —Lo sujeto por el otro hombro y le doy un rodillazo en la columna.

Aunque el chillido oculta el ruido que producen las vértebras al fracturarse, gracias a los sentidos aumentados soy capaz de escuchar el sonido que representa la derrota de Dheasthe.

—No —balbucea arrastrándose, intentado alejarse de mí.

—Sí —sentencio y manifiesto a Dhagul.

Cuando estoy a punto de clavar la punta del arma en la cabeza del creador de Ghurakis loco, escucho la risa del ser esquelético: de El Atesdurjhar. Me giro y lo veo con la mandíbula partida. Mukrah se la ha fracturado.

—¿Qué te hace tanta gracia? —Lo señalo con Dhagul.

Pone la mano sobre el hueso roto y este se sana.

—Me hace gracia que seáis tan ingeniosos y a la vez tan tontos.

Aprieto con fuerza la empuñadura de la espada y me aproximo.

—¿Te atreves a llamarnos tontos? —Llego a su altura y poso la punta de Dhagul en el pecho—. Hemos vencido.

Con el cuerpo brillando con la luz de la luna roja, Mukrah dice:

—Vagalat, busca en las profundidades de su ser. —Los ojos de mi hermano brillan—. Está ocultando algo bajo el denso manto negro que da forma a la niebla oscura que sustenta su alma. —Me mira—. Algo que, aunque pensaba que sería imposible que se hiciera realidad, cree que lo conducirá a saborear la venganza por la humillación a la que hemos sometido a él y a su especie.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora