Capítulo 57 -El tormento de la salvación-

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Mientras escucho las burlas de los seres de sombras, las lágrimas resbalan por las mejillas. El dolor se manifiesta en forma líquida y gotea hacia el suelo negro, donde impacta, chisporrotea y se evapora.

Este lugar quiere exprimirme, desea vaciarme de emociones y convertirme en un ser apático. En alguien que nunca más pueda oponer resistencia... en un juguete roto.

—Ghelit... —susurro, viendo cómo el cuerpo de mi amada, colgado de una rama, rota despacio de izquierda a derecha.

Aunque sería inapreciable para cualquiera, gracias a los sentidos aumentados escucho el sonido que produce la soga al desplazarse. Oírlo me martiriza aún más.

Me levanto, intento ir hacia ella, pero cuando doy un par de pasos las cadenas me frenan. Giro la cabeza, tiro con fuerza, quiero arrancarlas del suelo. Sin embargo, por más que lo intento, lo único que consigo es que el metal de los grilletes me corte la piel de las muñecas.

Mientras siento el cálido tacto de la sangre humedeciéndome las manos, vuelvo a dirigir la mirada hacia delante y, a la vez que un pálpito se apodera de mi corazón, descubro que Ghelit no está, que ha desaparecido. A la vista, lo único que queda es el árbol y la cuerda que la ahorcaba; la soga, a causa del viento, baila de un lado a otro.

—No comprendo... —murmuro derrotado.

Siento el tacto de la piel suave de una mano acariciándome la espalda.

—¿Qué no comprendes, amor mío?

Con una inmensa sonrisa en la cara, me doy la vuelta deseando reencontrarme con ella.

—Ghelit —repito el nombre que tantas veces se me ha atragantado, uno de los pocos que me produce dolor cuando lo recuerdo.

Al terminar de ladear el cuerpo, con frustración, observo que no hay ni rastro de la única mujer que he amado. Parpadeo, pienso que no ha sido una ilusión, que aunque no la vea en verdad está ahí. Sin embargo, la realidad de este macabro lugar se impone y me deja a solas con risas y burlas que llevan ya varios minutos torturándome.

Las cadenas empiezan a brillar, un resplandor oscuro las recubre y percibo cómo consiguen atarme a este lugar. Mi alma está siendo aferrada a este mundo oscuro.

Por un segundo, soy consciente de que lo que me rodea se está convirtiendo en una prisión. Niego con la cabeza, manifiesto el aura carmesí, grito y los eslabones se agrietan un poco.

—Es una ilusión. —Recorro el entorno con la mirada—. Todo esto es una ilusión.

Las llamas carmesíes envuelven las cadenas, están a punto de romperlas, pero, antes de que eso suceda, aparece Ghelit, camina despacio hacia mí, posa el dedo índice en mis labios y dice:

—Has luchado toda tu vida. —Sonríe—. Ha llegado el momento de dejar de hacerlo.

«Ghelit, eres tú...» pienso al mismo tiempo que se me humedecen de nuevo los ojos.

El aura desaparece y las cadenas vuelven a aferrárseme al alma.

Ella, sin perder la sonrisa, continúa hablando:

—¿Cuánto tiempo ha pasado, cariño? —Sonrío y observo la melena dorada que le cae sobre los hombros—. ¿Quince años? ¿Veinte? —Me acaricia la cara, se da la vuelta, suspira y da unos pasos—. Ha pasado mucho... —pronuncia con pesar.

—Mucho... —repito ensimismado.

—Vagalat, mis últimos momentos fueron muy dolorosos. —Gira la cabeza y centra la mirada en el árbol—. Los silentes fueron crueles.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora