Capítulo 44 -El nombre de un amigo-

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El viento árido arrastra los granos de arena por el aire. El polvo se mueve con tanta velocidad que consigue rajarme la piel. Llevo días caminando por este páramo que se ha convertido en mi prisión. Aun habiendo aceptado lo que soy, aun habiéndome perdonado, el poder que anida en mi interior no es suficiente para escapar de este desierto infinito...

He intentado quebrar las fronteras que separan este lugar de La Convergencia. He intentado volver a abrir el portal que me introdujo en este reino de soledad. Sin embargo, por más veces que he estado a punto de conseguir crear un pórtico estable, al final, todos los intentos han acabado con una gran explosión que me ha lanzado decenas de metros por el aire.

Por raro que parezca, la única esperanza que tengo de dejar atrás esta prisión es encontrando al enemigo que fue arrojado aquí conmigo. El cuerpo de Sharekhort, impregnado con la energía del creador de Ghurakis loco, puede ayudarme a dar forma a un portal estable.

—¿Dónde estás? —susurro, alzando la mano, dando forma a una brecha en la tormenta de arena.

Los granos y el viento que los mueve se parten por la mitad delante de mí. Camino por el pasillo que he creado y vuelvo a buscar la energía de Sharekhort.

«Siempre lo mismo... —pienso, notando cómo se aleja el demonio de metal—. ¿Cómo puedes desplazarte tan rápido? —Planteándome que quizás son fuerzas ocultas las que los trasladan de un lado a otro, prosigo—: Quizá hay alguien que no quiere que dé contigo».

Continúo andando con la mente casi en blanco; los únicos pensamientos esporádicos que de vez en cuando me perturban son los del destino de mis hermanos.

«Mukrah, Doscientas Vidas, Bacrurus, Asghentter, Genmith, Dharta. —Suspiro—. No os volveré a fallar... Venceremos a Abismo y decapitaremos a Él».

Las horas pasan y el paisaje, por más que ande, sigue manteniendo el mismo aspecto. Recorro un paraje de soledad infinita, un páramo poblado solo por las culpas que uno trae consigo, un infierno construido con pecados.

Los segundos, los minutos y las horas, se deforman de tal modo que casi ya no sirven para medir. Esta prisión ha sido diseñada para que la eternidad sea aún más infinita de lo que ya es. En esta cárcel el prisionero está ante un tormento que no tiene fin.

Mientras más ando por este paraje, más veces intentan las voces de la demencia apoderarse de mí. No obstante, a la vez que consigue que no pierda la noción del tiempo, aquello que me mantiene cuerdo las espanta.

Desde que acepté mi lado oscuro, el silencio ha empezado a bendecirme de verdad con su poder. Y gracias a ello, aunque aquí el sol no se pone nunca, sé que los días van pasando mientras me muevo por este páramo infinito.

Poco a poco, el desierto de arena va dejando paso a uno formado por rocas. Las inmensas piedras se agrupan y construyen un horizonte de montañas que alzan los picos hasta casi rozar el cielo rojizo.

Me detengo, extiendo la mano recubierta con la energía carmesí del alma y la desplazo con lentitud apuntando hacia delante.

—Te has detenido... —susurro, reemprendiendo la marcha.

Escalo las primeras elevaciones del terreno, trepo aferrándome a la superficie rocosa y continúo avanzando acercándome a Sharekhort. Mientras siento que ya no es mucha la distancia que me separa de él, a la vez que me invade la sensación de que pronto dejaré esta cárcel, escucho un fuerte rugido detrás de mí.

Al girarme veo una gran cantidad de rocas pulverizarse. El polvo, con rapidez, da forma a un gigante de arena con un rostro que aunque no tiene facciones posee dos ojos compuestos de energía verde.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora