Capítulo 48 -Empieza la venganza-

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Mientras camino por la nieve perpetua, a la vez que los pies se hunden en ella, aun habiendo pasado una semana, no puedo quitarme de la cabeza el rostro lleno de rabia de Bacrurus.

«Eres mi hermano y te fallé... Te he fallado como he fallado a tantos durante tanto tiempo...» los pensamientos son acompañados por una lágrima que, antes de congelarse, resbala un poco por la mejilla.

Después de haber sentido cómo el odio de mi amigo se me clavaba en el alma, dudo de ser merecedor de la confianza que mis compañeros depositan en mí. Empiezo a pensar en que merezco vagar sin rumbo, sin recordar el pasado, pagando por mis pecados.

«No soy un buen líder... Nunca quise serlo, no va con mi naturaleza. Ahora me doy cuenta de que lo mejor que podría haber hecho es renunciar antes al liderazgo. Nos habríamos ahorrado muchas decepciones. Me habría ahorrado perder a un hermano y ver cómo deseaba golpearme hasta matarme...»

Mientras sigo ascendiendo por la parte helada de la montaña siento que, aunque todos somos seres imperfectos, mi imperfección ha comenzado a estrangularme.

—Bacrurus... —susurro, haciendo que el nombre de mi amigo se desplace por el aire y sea trasportado por la ventisca—. Lamento tanto lo que ha pasado...

Aunque le insistí en que no lo hiciera, El Primigenio me ha acompañado hasta aquí. Ahora, que podemos ver la ladera opuesta a la que hemos ascendido, ha llegado el momento de pedirle que se vaya. Me doy la vuelta, lo miro y me pregunta:

—¿Estás seguro de esto? —Asiento ligeramente con la cabeza—. No me gusta, pero respeto tu opinión. —Extiende la mano y se la estrecho—. Ten cuidado.

Se da la vuelta y desciende a gran velocidad siguiendo los pasos que nos han conducido hasta aquí. Mientras se aleja, con calma, dejo que salga el aire de los pulmones y contemplo cómo el calor genera una pequeña nube de vaho.

—Ten tú también cuidado, amigo —susurro y me volteo.

Sin poder desprenderme del punzante dolor que me desgarra el alma, mientras desciendo por esta inmensa montaña, intento no pensar en lo que sucedió. Sin embargo, por más que me empeño, pensamientos fugaces se apoderan de mí y me muestran los momentos alegres que compartí con Bacrurus. Mi corazón está a punto de resquebrajarse.

Pretendo detener un torrente de emociones que no soy capaz de controlar; pretendo dominarlas, anularlas, pero, al final, tras más de una hora conteniéndolas, las lágrimas escapan de los ojos. Mientras la capa de nieve que piso se hace más pequeña, me limpio las mejillas y digo:

—¿Por qué...? Dime por qué, Bacrurus. —Niego con la cabeza—. Por qué los que están a mi alrededor acaban sufriendo. —La tristeza me impide hablar durante unos segundos—. El pasado que recuerdo está lleno de cadáveres que me pertenecen... Gente que murió por mí... —Derrotado, sin soportar el peso de la culpa, las piernas me tiemblan y las rodillas acaban hundiéndose en la nieve—. Tanto dolor, tanto sufrimiento... —Me miro las palmas—. Soy un verdugo... —Aprieto los puños y se manifiesta el aura carmesí—. Pero esto acabará hoy.

Me levanto, grito y Jaushlet aparece a mi lado. Lo monto y bramo:

—¡Acabemos con esta guerra!

El caballo sagrado trota y los cascos, cubiertos de energía, consiguen que se derrita la nieve que tocan. Jaushlet relincha y me acerca a gran velocidad al primero de los objetivos: un puesto avanzado del ejército de We'ahthurg.

El caudillo Ghuraki se ha visto obligado a dispersar las tropas. La guerra civil entre su especie nos beneficia y, aunque el grueso de nuestro ejército esperará al momento adecuado para lanzar una gran ofensiva, he decidido adelantarme para atacar puntos estratégicos.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora