Epílogo

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Epílogo

No hubo tiempo para pensar en qué decir, tampoco es que hubiese ideas por las cuales empezar. Para Ángel todo parecía alguna especie de sueño, uno que veía a los protagonistas desde el otro lado de la habitación, libre de salir perjudicado. Hubiese deseado ser ese sujeto, pero no; estaba parado justo al frente que aquel padre que nunca conoció, aquel que había asesinado al progenitor de su esposa por una razón que todavía desconocía.

Aquella voz de Wilson, grave, seca y débil, habló de nuevo:

—Sé que debes tener muchas preguntas, cientos de quejas, miles de confusiones. Responderé cada una de ella, pero primero… Déjame verte de cerca, hace mucho tiempo que no lo hago.

Su mano arrugada se estiró apuntándole un asiento que había puesto la enfermera para él, tenía un catéter intravenoso en el dorso y otra decena de puntos rojos y moretones en ambos brazos. Sus ojeras negras se minimizaron un poco cuando sonrió.

Ángel todavía mantenía una expresión gélida. Se sentó donde le dijo y lo miró penetrante. Sintió cómo los ojos castaños de aquel hombre lo inspeccionaron con cuidado, no se atrevió a tocarlo, cosa que agradeció internamente. Él seguía siendo un desconocido. Quieto, se mantuvo así por unos eternos dos minutos.

Escuchó un suspiro, pudo oler la muerte en su expiración.

—Tienes los ojos de tu madre.

La expresión de Ángel se suavizó. Tampoco a ella llegó a conocerla, sin embargo, se sintió conmocionado cuando la mencionó. Quería saber más, casi podía sentir que la extrañaba.

—¿Qué pasó con ella? —preguntó con miedo.

Wilson expulsó aire de nuevo y respiró enseguida. Era como si los suspiros o cada exhalación le quitara el aliento, le arrebatara un poco de su vida. Era notable cómo se esforzaba por mantenerse respirando. Inhalaba y exhalaba más rápido de lo normal, casi de forma angustiante.

—Ella… Murió al tenerte. —Ángel apretó los dientes —. Era tan joven, tan sólo diecinueve años. La convencí de irse conmigo cuando sus padres se enteraron que estaba embarazada y la echaron de su propia casa. Malditos desgraciados —gruñó audiblemente, enseguida comenzó a toser todo un minuto completo sin lograr detenerse.

La enfermera, Rebeca, se acercó de inmediato, pero él la alejó con cordialidad.

—Estoy bien. —Se secó la boca y volvió a mirarlo con las escleras tapizadas de arterias repletas de sangre —. Desde ese día me hice cargo de ti, tu nombre te lo di por tu madre, en aquello que ella se convirtió cuando te dio a luz. En un ángel.

Era indescriptible el nudo que sentía en la garganta. Si todo eso fuese verdad, ese hombre había sufrido demasiado. Pero se obligó a creer cada una de sus palabras, no pondría razones para mentir, ya no había caso. Así que eso hizo, colocó sus codos sobre sus rodillas y lo observó directo a los ojos, esperando las respuestas.

—¿Cuál era su nombre?

—Claire. La dulce Claire, cabello castaño tan suave y lacio como la seda, labios delgados y ojos como perlas. —Wilson sonrió medio de lado —. Eres guapo gracias a ella.

Ángel apenas se inmutó ante la broma. Tenía una pregunta estancada en la garganta, queriendo salir sin sonar amenazante, sin delata el dolor y coraje que sentía. Se dijo a sí mismo que se tranquilizara.

—Tengo una pregunta que hacerte.

Wilson alzó ambas cejas.

—¿Sólo una? —volvió a bromear, pero enseguida el nerviosismo lo atacó —. Responderé cada una de ellas —repitió solemnemente.

La bizarra familia ClarksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora