El verdadero Byron Logan

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El verdadero Byron Logan

 

Apenas había llegado la hora del receso para calmar el hambre, distraerse, jugar o dormirse un poco; Angie y Rachel corrieron a la cafetería para comer lo más rápido posible y emprender el plan que la melliza tenía preparado desde la noche pasada, cosa que quería lograr en aproximadamente cinco minutos. Esos cinco minutos— suponía ella—serían suficientes para apaciguar su consciencia de las cosas tan despreciables que le había dicho y hecho a Byron Logan, el mejor amigo de su hermano, y que particularmente todavía no le caía del todo bien.

Apurada, Angie se metía a la boca los macarrones con queso que había pedido casi sin pensar. Apenas tenía paciencia para saborear nada, que a la perspectiva de Rachel, según el ritmo a la que entraba la comida a su garganta, en poco tiempo terminaría asfixiándose.

Tragando al mismo tiempo que los macarrones tocaban su lengua, Angie observó por el rabillo del ojo su celular sobre la mesa, completamente quieto y pacífico.

—¡¿Por qué no me responde?!

Ante el grito casi estrangulado, muchos de los que pasaban por ahí con sus charolas en mano se le quedaron viendo con cara de espanto. Angie estaba a punto de gritar que si qué miraban, pero se contuvo apretando sus dientes y puños.

Respiró profundo y volvió a sacar el papel ya desgastado por las tantas veces que lo había desdoblado del bolsillo de su blusa. Releyó nuevamente, repasando los cuatro acuerdos que se había comprometido a cumplir.

—Sé impecable con tus palabras, sé impecable con tus palabras… —susurró casi como una plegaria. 

Rachel dio un mordisco a su papa frita y luego con la mitad de ella la apuntó a la cara.

—Estás demente —le dijo.

Angie giró los ojos, y volvió a guardar el pequeño papel que de ahora en adelante—o el tiempo que pudiese soportarlo—sería su guía.

—Estoy intentando hacer algo bueno —masculló.

—Por eso mismo le pedirás perdón a Byron ¿cierto? —jugueteó, sabiendo de antemano que pedir disculpas era una de las cosas más complicadas para su amiga.

—Tengo que hacerlo. —suspiró, dejando en paz por un momento su tenedor —. De otra forma me sentiré culpable. Aparte, él no se merece mi desprecio, digo… puede parecer un delincuente pero quizás no lo sea. No lo conozco, pero… admitámoslo, da miedo con ese cabello.

Rachel soltó una ligera risa infantil al terminar de comer su papa.

—¡Tal vez hasta se hacen amigos!

—Yo no hago amigos que sean hombres. Eso no existe.

—Oye, tu hermano es mi amigo.

Angie la miró suspicaz.

—Recuerdo todavía cuando lo conociste, no te quitabas la palabra «sensual pelinegro» de la boca. Incluso aún le coqueteas.

La pelirroja hizo un ademán con la mano, restándole importancia.

—Solamente bromeo, Elliott no es mi tipo. Es un sensual pelinegro, pero eso es todo.

Justo cuando la melliza iba a dar una respuesta malintencionada, su celular vibró enloquecido. Lo agarró con ansiedad y revisó el mensaje de texto que le había llegado.

—Hablando del rey de Roma… —musitó Rachel —. ¿Qué te dijo?

—Dice que está en las canchas de futbol. —habló con una mueca de disgusto —. Al parecer de nuevo lo retaron, un partido contra los del último año.

La bizarra familia ClarksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora