"Un par de cosas no han cambiado"

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“Un par de cosas no han cambiado”

Pan tostado con mermelada de frambuesas y chocolate con avellanas era un perfecto desayuno para Ailyn y Angie. Ambas lo disfrutaban casi tres veces a la semana, siempre y cuando los bollitos glaseados rellenos de crema pastelera no se les antojaran primero. Madre e hija eran amantes del dulce así como de los helados, mientras que los hombres de la familia eran del gusto carnívoro y del desayuno pesado con tocino, huevos, bolillos y apenas un poco de bebidas frescas. En cambio, Camyl era la más «normal» de todos, que comía tanto postres, vegetales y carnes sin que ninguno de ellos le arruinara el día. No se comportaba como una niña de ocho años y menos lucía como una. Según las predicciones de Ailyn, ella sería una mujer feliz por el simple hecho de parecer mucho menor de lo que es.

—Terminen de desayunar. Llegarán tarde —les anunció la joven madre.

Angie saboreaba lentamente el chocolate dentro de su boca, completamente hechizada por el sabor. Estaba segura que era un manjar de los dioses que habían regalado a los mortales para transformar sus vidas en una menos miserable.

Cuando terminó su tercera rebanada, se percató de que su padre la observaba fijamente, con una ceja algo levantada.

—¿Qué? —inquirió ella.

Ángel sonrió mientras metía una cucharada repleta de chocolate a su boca y salía completamente limpia. Emitió un sonido de delectación al mismo tiempo que agitaba y apuntaba con ella a su hija.

—¿Sabías que un científico dijo que el chocolate derritiéndose en la boca es más placentero que un beso? —La adolescente abrió la boca y los ojos con asombro, y enseguida negó —. Bueno, como ya conoces una mejor sensación y ya no tienes nada que perderte, no quiero que andes besando muchachos, ¿entendido?

Ángel le hizo una señal de advertencia y continuó comiendo del frasco como si nada hubiese pasado. En cambio Angie, completamente confundida le lanzó una rápida mirada a su madre, que preparaba otro pan con mermelada a Elliott a tan solo un metro de distancia, así que seguramente había escuchado.

—Si eso fuera verdad no habría tantos adolescentes escondiéndose en los rincones —intervino Ailyn justo a tiempo.

Ángel le sonrió encantadoramente y con el brazo en su cintura, la acercó a él. La forma en que la contemplaba hizo sentir incómoda a Angie, que prefirió desviar la vista, encontrándose a Elliott en la misma situación. Aunque ambos deberían de estar ya acostumbrados a las muestras de afecto entre sus padres, era prácticamente imposible soportarlas cuando ese «afecto» se convertía en otra cosa nada inocente.

—Bueno, lo dijo un científico… —Ángel trató de defenderse.

—Tendremos que ponerlo a prueba.

Ailyn sonrió, deslizando aquellos labios rojizos hacia los de su marido. El contacto con las pieles hipersensibles les alteró el pulso y la respiración, que tuvieron que forzarse a recuperar la postura antes de que la delgada línea entre el cariño y la pasión fuera cruzada. Aunque el carraspeo de parte de Elliott ayudó un poco también.

—Creo que —inició Ángel con un ligero sonrojo —, ese estúpido hombre se equivocó.

—Tengo una excelente teoría para afirmar que ese hombre no tenía a quien besar. —siguió Ailyn riéndose por lo bajo, contagiando al pelinegro.

Ahora ambos adolescentes comprendían a la perfección el por qué ambos eran la pareja ideal. Tenían el mismo extraño sentido del humor y el gusto por reírse de cualquier cosa.

La bizarra familia ClarksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora