Nueva escuela

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Nueva escuela

Esos zapatos negros de tacón alto y suela de color rojo sangre, hacían resonar el pasillo a cada paso. Tal sonido tan característico provocaba que muchas miradas buscaran el origen. Fue entonces que aquellas dos mujeres se sintieron observadas. Apenas habían avanzado seis metros en ese largo pasillo y ya habían llamado la atención, y lo peor era que no sabían qué clase de atención era: Aquella donde admiran o aquella en donde critican.

—Mira, parece que comienzas a volverte popular —comentó Ailyn, moviéndose al frente con una seguridad envidiable.

Angie agachó ligeramente la cabeza. Estaba completamente segura que ella parecía un cero a la izquierda junto a su madre.

Le echó una mirada más al conjunto que vestía usualmente para ir a trabajar. Esa falda negra a mitad del muslo que hacía lucir sus níveas piernas aún más largas. Su blusa roja de botones y marga corta provocaba mucho la atención. Y más si su estrecha cintura era aún más definida con ese cinturón plateado. Ésta vez se había dejado suelto el cabello, y ligeras ondas doradas bailaban en su espalda al compas de su caminar.

—Todos te miran a ti —resopló la melliza.

Como respuesta, Ailyn negó con ligereza.

—Claro que no, estoy segura que te mira a ti.

—Mamá…

—Oh, está bien, lo admito, me doy cuenta —suspiró —. Sin embargo, se escucharía muy raro que dijera que me  gusta que me observen un montón de jóvenes adolescentes de bachillerato.

Eso era cierto. Ahora Angie tenía que recurrir a inscribirse a una escuela pública como castigo de su mal comportamiento en su antiguo colegio. Las pesadas bromas y venganzas se habían llevado todo su ingenio, que ahora lo único que deseaba era poder sentarse en la esquina de un salón y olvidarse de todo.

Pero ahora donde quiera que viera, encontraba muchachos con ojos sagaces y desconfiados. Todos vestidos con ropa casual, que cualquiera podría pasar desapercibido si no pertenecía allí. Debido a ello, todos lucían demasiado diferentes, todos fieles a sus estilos y formando grupos por afinidad. En su colegio todo era tan estrictamente controlado que casi todas las personas en él eran iguales, el color del uniforme, aquellos sacos y mismas miradas de prepotencia.

Pero en Albert Hoover High School, cada quien era dueño de su propia vida. Podrías faltar y no importaba, podrías saltarte clases o retirarte en cualquier momento si así lo querías. Era la gloria. Había una especie de ley que decía «La educación no una obligación, es una necesidad», por lo que tenías permitido elegir aprender o no. Pero a pesar de ese ambiente relajado y ciertamente desinteresado, el lema de la educación se exponía en la entrada principal y también las reglas. Y las reglas eran reglas, así que si rompías cualquiera de ellas ibas a la oficina del directo. Cosa que Angie ya no planeaba hacer. 

Continuaron otros diez metros con aquellos cuchicheos antes de doblar hacia la derecha y encontrarse con la oficina del director. Ambas tomaron asiento al lado de un arbusto artificial que servía más para acumular envolturas de chicles que para otra cosa.

Esperaron allí hasta que una robusta señora de anteojos, les indicó que pasaran.

Al entrar a esa pequeña oficina, el calor las inundó. La calefacción estaba a su máxima velocidad que sofocaba el aire. Detrás del escritorio, un hombre llamaba por teléfono todavía de espalda a ellas, por lo que aprovecharon para acomodarse en su sitio.

La bizarra familia ClarksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora