Matías sigue sin hablarme más de lo necesario. Ahora me contempla sentada en la salita mientras hago la tarea de matemáticas. Creo que me presta atención solo porque le parezco demasiado patética por estar haciendo tareas un sábado por la mañana.
—¿Qué? —le pregunto fastidiada. Es difícil dilucidar la expresión de su mirada tras sus largas pestañas, las cuales ya no me causan impresión ni comezón en mis propios ojos.
—Se me ocurrió una idea para unas fotografías, vamos afuera —dice tranquilamente y se levanta rumbo a su recámara.
—¿Vamos a tomar fotos? ¿Así de la nada? ¿Dejas de hablarme por días y ahora no pasó nada?—lo sigo.
—No te dejé de hablar —miente.
—Claro que sí, te enojaste Dios sabe por qué y me hiciste la ley del hielo.
—No es cierto ¿por qué estaría enojado?, ya deja de lloriquear y ve a la cocina por unas latas de cerveza.
Resulta que ahora todo fue un producto de mi imaginación y Matías se comportó conmigo como siempre. Solo por no darle más pelea, de momento, y esperando que todo vuelva a ser como antes le obedezco. Nos reencontramos en la entrada de la casa, yo con un sixpack de cervezas y él con su cámara y un chupete en la mano.
—¿Qué vamos a fotografiar?
—A ti en la puerta, a esta hora se ilumina.
—¿No quieres que me cambie? —miro mi atuendo, el típico de un fin de semana en el que me importa aún menos como voy vestida que el resto de la semana. Tengo unos leggins negros y una polera blanca con letras negras, larga y ancha atada a mi cadera con un nudo. Un peine no ha tocado mis cabellos desde ayer en la mañana y tengo toda mi maraña negra suelta, con los mechones más cortos de adelante sujetos con una hebilla en la coronilla.
—Así estás perfecta. —Abre la puerta y me empuja afuera. Busca algo en su bolsillo y saca lo que parece una cinta gruesa y negra. Me pide que estire mi brazo y recién veo que se trata de un brazalete de cuero, adornado con anillas de latas y ganchos de metal unidos por un alambre ensartado en piedras semi preciosas. Es tan extraño y hermoso que no se parece a nada que haya visto—. Va a lucir bien en la foto.
—¿Tú lo hiciste? —pregunto pasando mi dedo por encima, delineando el diseño y pensando cómo se le pudo haber ocurrido algo tan original y caótico, pero armonioso al mismo tiempo.
—Sí.
—Ya puedes añadir diseño de joyas como una posible salida laboral.
—No creo, es de esas cosas que haces solo una vez en la vida.
En la acera de la calle dispersa las latas, abre una y la voltea dejando que el líquido se rebalse. Me ordena sentarme en la escalera de la entrada y me ofrece el chupete.
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Por tu amor al Arte
Teen FictionLa madre de Emma ha muerto y ella debe irse a vivir a otra ciudad. Tras unos meses en los que consigue adaptarse a su nuevo colegio, llega Matías, quien ha estado los últimos años mochileando por Europa. Matías parece no hacer nada útil con su vida...